• El que descendió (Jesús), es el mismo que también subió por encima de todos los cielos… – Efesios 4:10.
• A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. – Juan 1:11.
• En pago de mi amor me han sido adversarios… Me devuelven mal por bien, y odio por amor. – Salmo 109:4-5.
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En una perfecta sumisión a Dios, Jesús descendió de la gloria del cielo hasta nosotros, quienes estábamos sumidos en el pecado. Recorrió hasta el final el camino que emprendió voluntariamente. Las últimas etapas fueron especialmente dolorosas: sufrió la traición de un discípulo, la negación de otro, el abandono de todos, y por último fue al monte Gólgota. Allí Jesús fue clavado en la cruz (Léase Filipenses 2:5-8).
Los que pasaban por el camino lo insultaban, se burlaban de él y le decían: “Si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz” (Mateo 27:40), pero no sabían lo que decían. Porque sin la muerte de Cristo en la cruz, nadie hubiera podido ser salvo. Su amor tan grande lo llevó hasta la cruz: era precisamente debido a esas solemnes horas que había venido a la tierra (Juan 12:27). Se ofreció a sí mismo en sacrificio por el pecado.
Jesús permaneció en la cruz hasta la victoria total proclamada por el clamor de triunfo: “Consumado es” (Juan 19:30). La sangre que nos lava de nuestros pecados corrió por el costado que un soldado le hirió con la lanza (v. 34). Para salvarnos Jesús descendió del cielo, pero no descendió de la cruz.
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