Pureza Sexual … “ME SACARÁS DE LA OSCURIDAD.”

Saludos a todos ustedes que defienden día a día su pureza sexual

“Aunque camines en la oscuridad y sin un rayo de luz, confía en el nombre del Señor y depende de tu Dios.”  Isaías 50:10

Poco después de mudarnos a la vieja casa de la calle Hostos de Guayama vinieron los meses de lluvias y tormentas, cuando el cielo parecía resquebrajarse para dar paso a torrentes de agua que se precipitaban entre grises nubarrones.  Pero lo que más daba miedo era el ruido ensordecedor de los truenos.

Y para calmar mis miedos, mi santa madre, o mi buena abuela Georgina me decían –como a tantos de nosotros nos dijeron en la infancia– que no me preocupara, porque ese ruido ocurría “cuando Papá Dios le daba con mover los muebles de su casa para barrer y mapear el piso.”  Y aunque tal explicación me calmaba por un rato, la paz se me rompía con el siguiente trueno.

Entonces, una de esas noches me levantó el sobresalto de tremendo trueno acompañado por el brillo de un relámpago que vino a estrellarse contra el techo de mi casa.  La casa tembló y en un instante, todo a mi alrededor se sumergió en la más densa oscuridad, cuando se fue la luz en el pueblo.

Así, con un grito, salté de la cama a tientas sin poder mirar por dónde caminaba y tropezándome con innumerables objetos a mi alrededor, que ahora no podía reconocer, a pesar de haber estado en mi cuarto desde que llegamos a la casa.  Y en medio de aquella oscuridad  llena de truenos, lluvias y relámpagos, sólo un grito podía salir de mi boca:  “¡Papi, ayúdame, que no puedo ver nada!”

Y mientras gritaba, la oscuridad me hizo tropezar y caer en el piso al lado de mi cama.  Paralizado por el miedo, me quedé ahí hasta que sentí el agarre fuerte de una mano que me tomó por el brazo y me levantó.  Entonces, pude oir la voz de mi padre, que me dijo:  “Tranquilo, estoy aquí; ya está todo bien. Sígueme.  Ven conmigo, que vamos para mi cuarto.”  No hizo falta nada más para calmarme.  Aún cuando podía oir los truenos y la fuerza de la lluvia, el agarre de mi padre y su voz eran más fuertes.

Los truenos y relámpagos, los vientos y las lluvias no podían robarme la paz más.  Metido dentro de la cama de mi papá y cubierto por su abrazo, mis oídos dejaron de escuchar todos los ruidos que bajaban del cielo.  Poco a poco, se calmó el agite en mi pecho y el sueño me venció.

Y ahora, recordando aquel evento de mis primeros años, puedo recordar también las muchas veces en que los truenos y los relámpagos de otras tormentas vinieron a cegar mi vida y a sumirla en una total oscuridad. Contrario a las tormentas de mi infancia, aquellas otras tormentas más recientes rugieron por mi culpa, por la pésima selección de mis propias decisiones.  Contrario a aquella tormenta de la casa en la calle Hostos, en mis tormentas como adulto, no podía echarle la culpa a Dios ni a ninguna otra persona, por estar arrastrando los muebles en el cielo.

No obstante mis malas decisiones, cuando la lujuria sexual me esclavizó para lanzarme al piso, a solas y a oscuras, mi clamor en busca de ayuda se cruzó con el agarre de mi otro Padre y con su voz, prometiéndome que todo estará bien.  Y como afirma su Palabra, aunque camine en la oscuridad, si confío en Él, no cabe duda de que Él me levantará de cualquier caída, me sacará del lugar oscuro y me llevará a su aposento de paz.

¿Qué quiero decirte con este compartir?  Que estás a tiempo.  Nuestro Padre escucha cualquier clamor que salga de la boca de sus hijos cuando estemos en el suelo.  Es más, nuestro Padre sabe dónde estamos en este mismo momento, aún cuando estemos caminando pasos de oscuridad, a espaldas de Él, en busca de la lujuria anestesiante. Por eso es que cuando caigamos y salga de nuestra boca el grito de ayuda en medio de la tormenta, Él sabrá a dónde dirigirse inmediatamente para buscarnos y levantarnos.

Muchas veces te preguntarás: “Pero es que he caído tantas veces, lo he traicionado tanto….  ¿Cómo podré pedirle ayuda nuevamente?  ¿Seré merecedor de su perdón?”  A mí me tomó muchísimo tiempo entender el corazón de nuestro Padre para darme cuenta de que Él no lleva cuenta de nuestras caídas, porque su amor no acusa ante nuestro arrepentimiento.  Su amor sólo sabe amarnos y levantarnos cuando estamos postrados y buscamos su ayuda.

Piensa en las ocasiones que tú, como padre, has tenido que tomar a un hijo en tus brazos luego de que se cayó jugando en el patio o corriendo bicicleta.  ¿Pasa por tu mente cuántas veces tu hijo se ha caído en el mismo lugar, o las veces que te ha pedido ayuda luego de una caída?  Para nada.  Lo que pasa por tu mente y la mía es socorrer a nuestro hijo, correr a su encuentro para enjugar sus lágrimas y sanar sus heridas.  Pues si así actuamos nosotros con un amor imperfecto, ¿cuanto más nos ama Dios?

No repitas, como hice yo por tantos años, el ritual de crear mis propias tormentas, causar mi propia oscuridad, para luego caer al piso a ciegas y buscar cómo levantarme con mis propias fuerzas –rechazando la ayuda de Dios– para tratar de caminar un tiempo mientras la próxima tormenta se fraguaba en la distancia.

La verdad es que nunca saldremos de la oscuridad y las tormentas nunca se acabarán, a menos que no clamemos a nuestro Padre por ayuda y reconozcamos que sin Él, estamos irremediablemente derrotados. Mientras no permitamos que Dios nos levante, estaremos destinados para la recaída. Insisto, para que lo grabes en tu corazón:  Estás a tiempo.  Tu Padre reconocerá tu voz en la oscuridad y vendrá a recatarte, para llevarte a su aposento.  Nunca lo olvides.

Porque un Padre nunca se olvidará de la voz de su hijo pidiendo ayuda.  Porque un Padre nunca dormirá tranquilo en medio de la tormenta, si no tiene a su hijo fuertemente abrazado y protegido.  ¿Se lo permitirás?  Escoge el abrazo de tu Padre bajo el calor de su aposento y de sus amor obstinado.  Ahí, entre sus brazos amorosos, no existen las tormentas, ni la oscuridad que te mantuvo postrado y ciego ante el pecado.  Ahí sólo existe la certeza de que ningún mal te alcanzará y de que el abrazo de tu Padre es suficiente para apaciguar los temporales de esta vida.

Le pido a ese mismo Padre que te guarde, te levante y te anime a caminar afianzado a su abrazo por el resto de tu vida.  Porque si lo haces, ¡las tormentas de lujuria se disiparán y los cielos se abrirán al resplandor de una pureza como nunca antes has experimentado!  Esa es mi oración para ti hoy, amado y amada que caminas paso a paso, junto a este Ministerio.  ¡Te bendigo!

Un abrazo,

Edwin Bello

Fundador

Pureza Sexual…  ¡Riega  la  Voz!

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