Cuando la Palabra es Sembrada.

Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra (de Dios), y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno.Mateo 13:23.

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Nadie que haya escuchado el Evangelio, aunque sea sólo una vez, puede eludir su responsabilidad. La parábola contada por el Señor Jesús así lo demuestra: ésta representa nuestro corazón como una tierra sembrada. Según el estado de la tierra, la semilla puede no germinar, puede no desarrollarse o, al contrario, fructificar hasta cien veces más.

Mi corazón ¿está endurecido por muchas ocupaciones y distracciones, al igual que un camino pisoteado por los transeúntes, a tal punto que la Palabra de Dios no puede penetrar en él? En ese caso el diablo me quitará incluso lo que fue sembrado; no llevaré fruto.

¿Todavía existe en mí, bajo cierta capa de sensibilidad superficial al Evangelio, la roca dura de mi egoísmo e indiferencia? Si así es, a la primera burla me alejaré de Dios, y de este modo no llevaré fruto.

¿Estoy tan absorbido por mis actividades y preocupaciones que todo indicio de interés por la Palabra de Dios se ve rápidamente ahogado? Entonces no haré progresos, y como consecuencia no llevaré fruto.

¿O, al fin, mi corazón permitió que fuese trabajado por Dios? ¿Fui liberado de lo que lo endurece, lo cierra o lo ahoga? ¿Estoy listo para «entender» la Palabra de Dios, es decir, para creerla y obedecerle? ¡Entonces llevaré fruto para Dios!

Jesús dijo: “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto” (Juan 15:8).


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