Veo a Dios.

¡Cuán innumerables son tus obras, oh Señor! Hiciste todas ellas con sabiduría; la tierra está llena de tus beneficios.Salmo 104:24.

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Por lo general, el cuadro de un gran maestro nos asombra y fácilmente alabamos el talento del artista. A nadie se le ocurre que la obra se haya hecho por sí sola. Ahora bien, al contemplar un bello paisaje, ¿puede alguien pensar que Dios no existe? En todas las capas de la sociedad, hay los que creen en Dios y los que son incrédulos, entre los más simples como entre los más sabios. Citemos, por ejemplo, al entomólogo Henri Fabre: «¡No puedo decir que Dios no existe, porque lo veo!».

Para aquel que cree, la naturaleza revela la inteligencia infinita de su autor. La organización de la creación y la complejidad de los organismos vivos dan testimonio de su poder infinito. La tierra, pequeño planeta perdido en una galaxia rodeada de multitud de galaxias, da testimonio de un Dios infinitamente grande que se interesa en unos hombres tan pequeños.

Pero Dios no se revela sólo por medio de la naturaleza, sino que vino a nosotros. El Hijo de Dios se hizo hombre ocupando humildemente el último lugar. Si la creación da testimonio de la grandeza y del poder infinitos de Dios, Jesús, quien vino a la tierra como uno de nosotros, revela el infinito amor divino. No procure convencerse de que Dios no existe, más bien trate de encontrarlo. Cuéntele sus dudas, sus preguntas, y pídale que se le revele. Él lo hará, no por medio de una experiencia mística, sino en la apacible convicción de su presencia.


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