“Sucederá que en los últimos días, dice Dios,
derramaré mi Espíritu sobre toda la humanidad;
los hijos e hijas de ustedes
comunicarán mensajes proféticos,
los jóvenes tendrán visiones,
y los viejos tendrán sueños.
derramaré mi Espíritu sobre toda la humanidad;
los hijos e hijas de ustedes
comunicarán mensajes proféticos,
los jóvenes tendrán visiones,
y los viejos tendrán sueños.
El segundo capítulo del libro de los Hechos narra el primer sermón evangelístico de Pedro justamente después de la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos reunidos en oración.
En su mensaje el apóstol hace mención a la profecía del profeta Joel y la relaciona con aquello que en aquel momento preciso están experimentando los discípulos y sus oyentes.
Me pregunto dónde ha quedado hoy en día nuestra capacidad de ver y de soñar, de creer que el Reino de Dios puede ser una realidad y que nosotros podemos contribuir a su construcción.
Me pregunto qué nos impide ver y soñar. Tal vez nuestro cansancio, nuestro egoísmo, nuestro miedo a la involucración, nuestra pérdida de la perspectiva de de las cosas desde el punto de vista de Dios que puede convertirnos en cínicos y «realistas» ante el mundo que vivimos.
La verdad es que perder la capacidad de ver y soñar es perder, al menos un poco, la capacidad de vivir con ilusión, de experimentar la construcción del Reino de Dios como una aventura en la que vale la pena invertir, es, de definitiva, morir en vida porque ¿Quién puede vivir sin ver ni soñar? Yo no
¡Recobra tus sueños y tu visión!
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