Pureza Sexual … ¡NUNCA PODRÉ SER PURO!

Saludos a todos ustedes que defienden día a día su pureza sexual

“No tienen que irse —contestó Jesús—. Denles ustedes mismos de comer.  Ellos objetaron.  No tenemos aquí más que cinco panes y dos pescados.  Tráiganmelos acá —les dijo Jesús.  Y mandó a la gente que se sentara sobre la hierba. Tomó los cinco panes y los dos pescados y, mirando al cielo, los bendijo. Luego partió los panes y se los dio a los discípulos, quienes los repartieron a la gente.  Todos comieron hasta quedar satisfechos…”  Mateo 14:16-20

Una vez más, la computadora me había aprisionado y su agarre mortal me asfixiaba.  Como “perro que regresa a su vómito” me sentía esclavizado a los desperdicios podridos que salían de aquel monitor. Aún sabiendo que toda esa basura pornográfica era un  veneno que me mataba lentamente, seguía anhelándolo y llenándome de él.  La computadora se había transformado en una trampa de perdición y muerte que siempre me vencía.

Allí, derrotado por la lujuria sexual por enésima vez, me decía a mí mismo:  “Soy un necio.  Tengo que estar loco, porque locura es repetir lo mismo esperando resultados diferentes.  ¿Cómo puedo seguir cayendo frente a esta porquería pornográfica? Sé que ella me aguarda ahí, escondida tras los bastidores de mi computadora con los mismos trucos y mentiras y no hago nada diferente para defenderme ni contraatacar.”

El comienzo de mi recaída había ocurrido como tantas veces antes, al sentirme sólo, incomprendido y desanimado en esta batalla por mantener mi pureza.  En vez de sentirme gozoso por acumular días puros, la pureza se me hacía antipática e incómoda, como aquella camisa que te regalan y que cuando te pones, resulta ser muy pequeña, o que al instante te comienza a causar comezón.  En lugar de sentirme fortalecido con el paso de los días, cada día de pureza me debilitaba, tanto en mi cuerpo como en mi espíritu. ¿Qué me sucedía?  ¿Por qué no podía ser puro?

Acabábamos de ir a una iglesia cristiana por primera vez.  Se suponía que fueran días de victoria. Habíamos aceptado al Señor en esos días y anhelábamos su restauración. Pero la lujuria sexual seguía rondando y tramando contra nuestro hogar.  Por la pasada semana, me sentía resentido con mi esposa, porque ella no había querido ceder ante mis insistencias de medicarme con sexo para enfrentar mis ansiedades y dificultades del diario vivir.  El resentimiento me aislaba y me lanzaba hacia el pecado sexual como arma para herirme y herir a mi esposa. 

Sólo había podido acumular 29 días libre de la lujuria sexual, sin acceder pornografía, caer en la masturbación, u otras conductas sexuales en la calle.  Entonces, todo se vino abajo aparatosamente.  Allí, mirando mi rostro derrotado en el reflejo de aquel monitor, me dije a mí mismo:  ”Nunca podré ser puro. Esto es como una lepra incurable que podrás tratar de esconder, pero que te va pudriendo lentamente de adentro hacia afuera.”   

Con el paso de los años y el haber sufrido incontables recaídas, me di cuenta que estaba viviendo una pureza artificial: Una pureza obtenida en mi propia fuerza, mediante cambios externos que me mantenían insulado de la lujuria del mundo allá afuera, pero sin realmente hacer cambios en mi interior, en lo profundo de mi corazón.  Así, pretendí morir a todo lo impuro del mundo exterior, cuando dentro de mí la lujuria sexual seguía viviendo y echando profundas raíces.

Poco a poco me dí cuenta que los cambios tienen que ocurrir de adentro hacia afuera, porque así es que la “lepra lujuriosa” crece.  Un corazón impuro nunca podrá latir pureza, aunque sea aprisionado en una cárcel alejado de la lujuria sexual.  Así, por mucho tiempo me obligué a servir en la iglesia para evitar bregar con mis verdaderos problemas.  Me ahogaba en trabajo a fin de llegar a mi casa exhausto y sin fuerzas para pensar en la lujuria.  Me aislaba de ambientes sensuales.  Me quité de la televisión y de otras actividades “peligrosas” como ir a la playa y a las piscinas.   Procuraba alejar mis ojos de todo lo sexualmente estimulante.  Aún así, la carne podía más y siempre acababa derrotándome.

Entonces un día ocurrió…  Me topé con el pasaje del Evangelio de Mateo donde Cristo hizo el milagro de alimentar a la multitud con unos pocos panes y peces.  Esa era la historia de mi lucha en contra la lujuria sexual: En mis manos, mis limitaciones siempre me derrotarán.  En mis manos, las palabras “jamás”, “nunca” y “no” serán trampa, prisión y fosa para ser engañado, esclavizado y enterrado.  Entonces era verdad:  Con mis ojos, con mi mente, con mis recursos, mi escasez, mi limitación, me harán caer vencido ante la tentación. Pero, ¿tiene que ser así?  ¡Absolutamente no!  Porque mi insuficiencia es suficiente en las manos de Dios.

Si pongo mis limitaciones en las manos de Dios, Él las hará suficientes para romper la esclavitud del pecado.  ¿Por qué?  Porque Él necesita de mí, de mi insuficiencia, para hacer el milagro.  Porque en sus manos, mi limitación es multiplicada por Su amor.  Y en los pequeños detalles de aquella maravillosa historia, Dios nos susurra al oído Su mensaje de libertad y restauración…

¿Recuerdas que eran 5 panes y 2 peces?  No es por casualidad. Porque el número 7 habla de la perfección y de la plenitud de Dios.  ¿Lo puedes ver? En sus manos, nuestra limitación se hace plena y suficiente. Con razón que la palabra hebrea para el número 7 sea “savah” o pleno y suficiente.  Tampoco es una coincidencia que la palabra “savah” sea la raíz para la palabra “shabbat” que significa sábado o descanso. Porque si descansamos en Dios, nuestra limitación será hecha plena.

Ahora bien, tendremos que pagar el precio.  Porque seremos rotos en las manos de Dios.  Sólo así seremos multiplicados sobrenaturalmente.  Porque para que mi limitación sea transformada en plenitud, Dios necesita sacar de nosotros lo que estorba, lo que no coopera con Su plan.  Sí, mi amado hermano y hermana que me lees, nuestra pureza costará y dolerá… Pero ¿sabes algo? yo prefiero ser roto en las hermosas manos de mi Cristo, que en las garras de la lujuria sexual.

Hoy te toca a ti escoger entre la pureza real de Dios y la pureza artificial del mundo.  Una multitud de gentes espera por tu decisión, porque Dios quiere utilizar tu limitación, tu insuficiencia, para hacer un milagro extraordinario en ti.  Un milagro con el que puedas alimentar a miles de personas hambrientas.

Y cuando me tocó a mí decidir, me acerqué a mi Señor con mis pocos panes y peces y le dije:

“Señor aquí estoy.  Mis ojos incrédulos me dicen que es imposible alimentar a alguien con mi escasez.”  

“Pero me atrevo a llegar a ti para que en tus manos mi escasez sea transformada en abundancia.”  

“Estoy cansado de cambios externos y superficiales que sólo me llevan a mis mismos pecados, tan gastados y repetidos.”  

“Estoy cansado de mis compromisos olvidados y mis arrepentimientos huecos.”  

“Rómpeme Señor, y saca de mi todo lo que te estorbe.  Conviérteme en comida abundante para millares.”  

“No quiero más ser una canasta vacía y escasa que no alcance lo que tú esperas de mi.”  

“Transforma mi corazón.  Rómpelo y saca de él toda impureza.”  

“Anhelo un corazón verdaderamente puro para amarte como tú me amas.”  

“Sólo tú, Señor puedes darme de tu pureza:  Una pureza que no se gaste con el paso del tiempo; una pureza que se resista; una pureza que no ceda ante el pecado.”  

“Esa es la pureza que anhelo…  Una pureza bañada por tu amor.”

“Entonces y sólo entonces, caminaré tu camino de pureza sin salirme de él.”  

“Entonces y sólo entonces podré descansar en ti.  

“Ayúdame, Padre, porque sin ti, nunca podré ser puro.  Pero contigo, en tus manos, la pureza nunca me abandonará.”

“Gracias Señor…. ”    

Un abrazo,

Edwin Bello

Fundador


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