Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe. (Gál. 6: 10.)
Cada iglesia tiene la obligación de hacer arreglos cuidadosos y juiciosos para atender a los pobres y enfermos de la misma.
Cualquier muestra de negligencia de parte de los que pretenden ser seguidores de Cristo, o cualquier descuido en lo que respecta a aliviar las necesidades de un hermano o hermana que lleva el yugo de la pobreza o aflicción, se registra en el libro de los cielos como si hubiera sido una afrenta hecha a Cristo en la persona de sus santos. ¡Qué arreglo de cuentas hará el Señor con muchos, muchísimos que presentan las palabras de Cristo a los demás, pero no manifiestan tierna compasión y consideración por un hermano en la fe que tiene menos suerte y éxito que ellos mismos!
Un verdadero cristiano es amigo de los pobres. Trata con su hermano atribulado y desventurado como si fuera una planta delicada y sensible. Dios quiere que sus obreros procedan como mensajeros de su amor y misericordia entre los enfermos y afligidos. El nos mira para ver cómo nos tratamos entre nosotros, para ver si reflejamos a Cristo en nuestra conducta con los demás, sean éstos encumbrados o humildes, ricos o pobres, libres o siervos.
No hay discusión en lo que respecta a los pobres del Señor. Hay que ayudarlos en cualquier caso que tienda a su beneficio.
Deja una respuesta