Las Objeciones de Romanos 9: N°3 Poniendo en Duda la Soberanía de Dios

Dios es soberano...

Dios es soberano…

Vimos en la entrada anterior que Pablo refuta completamente una objeción en contra de la justicia de Dios nacida de una mala comprensión de la doctrina de la elección soberana  y la naturaleza ética de Dios. Cuando el hombre es puesto en el lugar de Dios y se vuelve a sí mismo el parámetro de todas las cosas, el resultado será siempre un desastre, especialmente a la hora de juzgar el obrar de Dios. Pablo define el tema de manera conclusiva al poner las cosas en su lugar respectivo, es decir, dejando a Dios como origen y parámetro de lo que es justo, incluyendo Sus propias obras.

Sin embargo, nuestro oponente imaginario no se detiene. Al ver que Dios es justo al manifestar Su elección y reprobación sobre los hombres, ya sea teniendo misericordia de unos o endureciendo a otros, distingue una supuesta contradicción entre la soberanía de Dios y la responsabilidad del hombre. Veamos de qué manera Pablo responde esta objeción.

Romanos 9:19: Poniendo en Duda la Soberanía de Dios

Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a su voluntad?

¿Qué fue lo que dio lugar a esta objeción? ¿Qué motivos tiene nuestro oponente para hacer estas preguntas?  Vamos a verlo. Les recomiendo leer los vs. 14-29 de Romanos 9.

a) La Soberanía de Dios en la Elección y Reprobación: Pablo establece la justicia de Dios exponiendo la coherencia entre Su decir y Su obrar. Luego de probar que la elección de Dios es previa al obrar del hombre, incluso previa a su existencia objetiva (vs. 11), Pablo expone la manifestación histórica del decreto de Dios en los hombres utilizando a Faraón como ejemplo (vs. 15-17). Dios no creó a Faraón para manifestar sobre él Su misericordia, sino Su ira. Dios creó a Faraón y le puso en autoridad a fin de que sobre él Su poder fuese manifestado, mediante los juicios que lanzó sobre los Egipcios, y Su Nombre fuese temido por toda la tierra. La causa de este juicio fue el endurecimiento del mismo Faraón, el cuál fue causado metafísicamente por Dios mismo, como Romanos 9:18 y Éxodo 4:21; 7:3 y 14:4,17 nos lo dicen explícitamente. Finalmente, los corazones de los reyes están en manos de Dios, y Él hace como quiere con ellos a fin de cumplir Sus propósitos (Proverbios 21:1; Daniel 4:35). Pablo concluye de esto que Dios es justo, porque obró de la forma que Él mismo dijo que obraría (vs. 14-16).

Puesto que Dios no solo tiene misericordia del que quiere sino que también endurece al que quiere, nuestro oponente imaginario ve una contradicción aparente entre la soberanía metafísica de Dios y la responsabilidad ética del hombre. Analicemos la objeción y veamos que nos dice.

b) ¿Mezclando Peras con Manzanas?: Luego de que Pablo expusiera sobre la soberanía de Dios en el destino de los hombres, nuestro oponente pregunta lo siguiente: “¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a su voluntad?”. Es decir, si Dios controla el destino de los hombres, e incluso endurece a quien Él quiere endurecer, entonces ¿porqué nos hace responsables de nuestros pecados? Si nadie puede resistirse a Su voluntad, la que abarca incluso nuestras malas obras por las cuales seremos condenados, entonces ¿porqué nos culpa de nuestros pecados, si Él mismo los decretó? Esta misma objeción está en boca de muchos, algunos incluso se hacen llamar Calvinistas y Reformados. La respuesta de algunos de estos es lanzar esta supuesta contradicción al mundo del misterio, de la paradoja, etc. Muchos confiesan tener un Dios soberano, pero no quieren perder la libertad del hombre, sino que van por muchos laberintos enredados intentando armonizar lo que no puede ser armonizado.

En fin, la objeción en sí misma sufre de algunos defectos. Por ejemplo, esconde implícitamente la presuposición de que la libertad del hombre es necesaria a fin de hacerle responsable de sus obras. Quien piense así debe, en primer lugar, probar que el hombre es metafísicamente libre de Dios y, en segundo lugar, probar que la responsabilidad presupone la libertad del hombre. Mientras no haga estas cosas, no tiene derecho alguno a mantener tal presuposición.  También, esta objeción mezcla diferentes categorías que si bien pueden ser relacionadas deben ser claramente distinguidas. Una cosa es la ética (“¿Por qué, pues, inculpa?”) y otra la metafísica (“…porque ¿quién ha resistido a su voluntad?”), y la relación entre ambas categorías debe ser bien definida y entendida antes sacar conclusiones como las que nuestro oponente tiene en mente. Sin embargo, veamos de qué manera responde Pablo a esta objeción, pues seguramente él tiene una respuesta mejor y definitiva a este asunto.

c) Dios, el Dueño de la Creación: Los vs. 20-29 nos muestran la respuesta de Pablo, respuesta ante una objeción que da al hombre más de lo que realmente le pertenece.

Primero, Pablo pone al hombre en el lugar que le pertenece: “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios?” (vs. 20). El hombre es criatura, no Creador; el hombre fue creado por Dios, y no Dios por el hombre; el hombre no es nada y depende totalmente de Dios para ser y existir; Dios por otra parte, es el Ser Supremo, ante Quien nada ni nadie puede ser comparado. El hombre no es nada ante Dios, y es en esa posición de nada que Pablo pregunta “¿quién eres tú, para que alterques con Dios?” ¿Cómo puede la nada misma enfrentarse al Absoluto, aquel de quién su misma existencia segundo a segundo depende? En su insolencia el hombre juzga la voluntad de Dios como injusta, pero Pablo responde: “¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?”, esto es, no tiene sentido alguno que aquel que ha sido formado por Dios juzgue a su Creador.

Segundo, Pablo establece el derecho soberano de Dios de hacer como quiera con lo que le pertenece: “¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?” (vs. 21), es decir, Dios tiene “potestad”, autoridad o derecho de hacer como quiera con los hombres, porque éstos le pertenecen. La voluntad de Dios es soberana y justa, y cuando Él crea hombres, algunos para salvación y otros para condenación, según Su predeterminado conocimiento y poder, está haciendo según Su derecho soberano y autoridad. Si Dios tiene este derecho, no tiene sentido que el hombre le juzgue al ejercerlo.

Tercero, Pablo reduce a nada la objeción de nuestro oponente al lanzarle un reto velado de manera retórica: “¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no sólo de los judíos, sino también de los gentiles?”. Pablo reta a su oponente a decirle que problema hay si Dios ejerce Su derecho, y mientras lo hace le echa en cara el obrar de Dios, es decir, que a fin de manifestar Su gloria, no solo en Su gracia y misericordia, sino también en Su ira y poder, Dios ha creado algunos hombres para gloria y otros para destrucción; y no solo los crea, sino que los prepara para tales fines. Y no hay ningún problema con eso, sino solo en la altamente imaginativa mente humana.

Para reforzar su tesis inicial, Pablo expone por medio de las Escrituras el alcance universal de la elección de Dios, es decir, que no solo incluye a judíos, sino también a gentiles (vs. 25-26). A su vez, insiste en que no todos en Israel serán salvos aún cuando sean el pueblo de Dios en la carne (vs. 27-28), aunque los que lo sean lo serán por la elección y el poder de Dios (vs. 29).

d) Refugiándonos en la Soberanía de Dios: ¿Qué podemos aprender de lo que Pablo nos ha dicho en estos vs.?:

– Dios esta al control de todas las cosas. Dios tiene un propósito para todas las cosas y cada detalle en la creación y su historia, incluyéndonos a nosotros mismos. Si has creído en Jesucristo para salvación, debes saber que todas las cosas, tus circunstancias, tus caídas y triunfos, e incluso tu mismo ser obrarán para tu bien, porque de esa forma Dios ha decidido glorificarse en Su gracia y misericordia para contigo. Por el contrario, si no has creído en Cristo para salvación, entonces debes temer, porque todas las cosas, incluyendo tus triunfos y felicidades, obrarán para tu mal, pues de esa manera Dios ha decidido manifestar Su ira y poder sobre ti. Por lo tanto, mientras hay tiempo, cree en Cristo para salvación, cree en Él como Aquel que murió para salvarte del castigo que merecen tus pecados, y resucitó para que Su justicia perfecta sea tuya. Ni la posición ni la fortuna de Faraón le ayudaron a la hora de enfrentar el juicio de Dios; solo con la sangre de Cristo sobre los dinteles de tu vida Su juicio no caerá sobre ti. Cree en Cristo y serás salvo.

– La responsabilidad del hombre no descansa en su supuesta libertad o libre albedrío, sino en su conformidad o inconformidad con la Ley de Dios. No eres libre del poder y voluntad de Dios, pero sigues siendo responsable de tus obras, sean buenas o malas. Por lo tanto, en vez de echarle la culpa a Dios por tus pecados hazte cargo de ellos, arrepiéntete y acude a Cristo por perdón y limpieza.

– El fin último de todas las cosas es la gloria de Dios. No hay fin más alto ni mejor que la gloria de Dios, y Dios manifestará Su gloria tanto en elegidos como en réprobos. Aquellos que hemos creído y somos conscientes de esto debemos apuntar hacia ese fin en todo lo que hacemos y creemos; sin embargo, si caemos, debemos tener claro que Dios hizo expiación por nuestros pecados para glorificarse en Su gracia y misericordia. Por lo tanto, no nos desesperemos ni desmayemos, pues Dios está con nosotros.

En fin, Pablo ha derribado de manera definitiva las objeciones que su oponente imaginario pudiera tener para él y, a la vez, nos ha enseñado no solo a defendernos, sino también a conocer y entender a Dios y Sus propósitos para con los hombres, cuyo fin no puede ser otro que Su propia gloria. Cualquier cosa bajo este parámetro no es aceptable.

Quiera Dios que estos breves estudios edifiquen a quienes los lean y que, finalmente, redunden en Su gloria. Dios les bendiga.

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