SALVAR AL MUNDO Y PERDER EL ALMA

Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren” I Timoteo 4: 16
“Uno de nuestros principales cuidados, debe ser el que nosotros mismos seamos salvos” Charles Spurgeon
predicador“¡Cuán horrible es ser predicador del Evangelio y no estar sin embargo convertido! Que cada uno se diga en secreto desde lo más recóndito de su alma: “¡Qué cosa tan terrible será para mí el vivir ignorante del poder de la verdad que me estoy preparando a proclamar!” Un ministro inconverso envuelve en sí la más patente contradicción. Un pastor destituido de gracia es semejante a un ciego elegido para dar clase de óptica, que filosofara acerca de la luz y la visión, disertara sobre ese asunto, y tratara de hacer distinguir a los demás las delicadas sombras y matices de los colores del prisma, estando él sumergido en la más profunda oscuridad. Es un mudo nombrado profesor de canto; un sordo a quien se pide que juzgue sobre armonías. Es como un topo que pretendiera educar aguiluchos; como un leopardo elegido presidente de ángeles. A un supuesto de tal naturaleza se le podrían aplicar las más absurdas metáforas, si el asunto de suyo no fuese tan solemne. Es una posición espantosa en la que se coloca un hombre que emprende una obra para la ejecución de la cual es entera y absolutamente inadecuado; pero su incapacidad no lo exime de responsabilidades, puesto que deliberadamente las ha querido asumir. Sean cuales fuesen sus dotes naturales y sus facultades mentales, nunca será el ministro a propósito para una obra espiritual, si carece de vida espiritual; y en ese caso cumple a su deber cesar en sus funciones ministeriales mientras no adquiera la primera y más simple de las cualidades que para ello se han menester.
(…) La palabra de un hombre inconverso puede ser bendecida para la conversión de las almas, puesto que el Señor a la vez que desconoce a un hombre semejante, honrará con todo, su propia verdad.
(…) ¡Ay! el pastor no regenerado se hace también terriblemente dañino, porque de todas las causas que originan la infidelidad, los ministros faltos de piedad deben ser contados entre las primeras. El otro día leí que ninguna fase del mal presentaba un poder tan maravilloso de destrucción, como el ministro inconverso de una parroquia que contaba con un órgano de gran valor, un coro de cantores profanos y una congregación aristócrata. Era de opinión el escritor que no podría haber un instrumento más eficaz que ese para la condenación. La gente va al lugar donde tributa su culto, se sienta cómodamente, y se figura que deben ser cristianos, siendo así que en lo único en que consiste su religión es en escuchar a un orador a la vez que la música les halaga los oídos, y tal vez distraen sus ojos los ademanes graciosos y de moda de los concurrentes. El conjunto no es mejor de lo que oyen y ven en la ópera, y si no es tan bueno quizás en punto a belleza estética, no es por eso ni en lo más mínimo más espiritual. Son muchos los que se felicitan a sí mismos y aun bendicen a Dios por tenerse como cristianos devotos, y al mismo tiempo viven alejados de Cristo en un estado no regenerado, pues alardean de piedad en la forma, pero niegan el poder de esa virtud. El que se apega a un sistema que no tiende a una cosa más elevada que el formalismo, se constituye más en siervo del diablo que en ministro de Dios.
Richard Baxter en su “Pastor Reformado,” entre otras muchas solemnes cosas, escribe lo que sigue: “Tened cuidado de vosotros mismos, no sea que os halléis faltos de esa gracia salvadora de Dios que ofrecéis a los demás, y seáis extraños a la obra eficaz de ese Evangelio que predicáis; y no sea que a la vez que proclamáis al mundo la necesidad de un Salvador, vuestros corazones le vean con menosprecio, y carezcáis de interés en él y en sus salvadores beneficios. Tened cuidado de vosotros mismos, repito, no sea que perezcáis a la vez que exhortáis a otros a que se cuiden de perecer, y no sea que os muráis de hambre, a la vez que les preparáis el alimento.
Muchos hombres han amonestado a otros para que no vayan al lugar de tormentos, al cual ellos mismos, sin embargo, se apresuran a ir: se hallan ahora en el infierno muchos predicadores, que centenares de veces han exhortado a sus oyentes a poner el mayor cuidado y una diligencia suma en evitarlo. ¿Puede racionalmente imaginarse que Dios salve a los hombres tan sólo porque éstos ofrezcan la salvación a los demás, a la vez que la rehúsan para sí y porque comuniquen a otros, aquellas verdades que por su parte han visto con descuido y menosprecio? Andan vestidos de andrajos muchos sastres que hacen ricos trajes para otros; y apenas pueden lamerse los dedos algunos cocineros que han aderezado para los demás platillos suculentos. Creedlo, hermanos, Dios nunca ha salvado a nadie porque haya sido predicador, ni porque haya tenido habilidad para ello, sino porque ha sido un hombre justificado y santificado, y en consecuencia, fiel en el trabajo de su Señor.
Hermanos míos, que estas importantes máximas causen en vosotros el efecto debido. No puede haber necesidad, seguramente, de agregar nada más; pero permitidme os ruegue que os examinéis vosotros mismos, para que así hagáis buen uso de lo que sobre este particular os llevo dicho.”

Apartes tomados del libro DISCURSO A MIS ESTUDIANTES de CHARLES SPURGEON, en el capítulo I: La vigilancia que de sí mismo debe tener el ministro.
http://verdaderavida.wordpress.com/category/falsos-profetas/

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