• Exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor. – Hechos 11:23.
• Está mi alma apegada a ti. – Salmo 63:8.
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Algunas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea estaban en el Gólgota, cerca de Aquel que, menospreciando la vergüenza, aceptó soportar el suplicio de la crucifixión (Hebreos 12:2). Ellas vieron desde lejos donde ponían el cuerpo del crucificado (Marcos 15:47), y cómo lo colocaban en la tumba de José de Arimatea (Lucas 23:55). Querían regresar después del sábado para embalsamar el cuerpo de su Maestro.
Y, en efecto, “cuando pasó el día de reposo, María Magdalena, María la madre de Jacobo, y Salomé, compraron especias aromáticas para ir a ungirle. Y muy de mañana, el primer día de la semana, vinieron al sepulcro, ya salido el sol. Pero decían entre sí: ¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro? Pero cuando miraron, vieron removida la piedra, que era muy grande” (Marcos 16:1-4).
La piedra había sido removida… y la tumba estaba vacía. Entonces María Magdalena fue a Pedro y a Juan, dos discípulos de Jesús, para anunciarles esta noticia: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto” (Juan 20:2). Sorprendidos, los dos discípulos corrieron a la tumba y constataron la ausencia del cuerpo de su Maestro y… regresaron a sus casas.
“Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro” (Juan 20:11). Ella no podía dejar aquel lugar, ¡tenía que encontrar el cuerpo de Jesús! (Mañana continuará)
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