“Sin riesgo no hay gloria”

Ese eslogan, que pertenece al Club de dirigentes de Marketing, me ha hecho pensar en la actitud de la iglesia cristiana en nuestros días. Una iglesia que no inquiete que no moleste que no suscite reservas ni temores a los poderes de este mundo y a esta sociedad, es la que tiene que plantearse hasta que punto es fiel al mensaje de Jesucristo. No hay espacios indiferentes para Dios, hay que ser cristiano en todos los momentos de nuestra vida y procurar actuar siempre desde los valores proclamados por Jesús de Nazaret.
No se puede ser cristiano en la vida privada, o solo los domingos y de esta manera afirmar que nuestros valores no sirven para la vida cotidiana, profesional o política. Si nosotros como cristianos no somos capaces de molestar y a los poderes que controlan y dominan nuestra sociedad le satisface nuestro proceder, solo puede ser por dos cosas: o es que toda la sociedad se ha convertido al evangelio y actúan con los valores del Reino o es que los mismos cristianos nos hemos convertido en un engranaje más de esta sociedad del poder y la opulencia.
Cuando una iglesia no cuestiona ni plantea problemas o inconvenientes a la sociedad en la que está inmersa y ha caído en la tentación del dinero, del poder o de la influencia es que ha abandonado los postulados de Jesús y se ha prostituido.
Jesucristo murió porque su visión del Reino colisionaba directamente con los valores imperantes en la sociedad en la que le tocó vivir.
La actuación de Jesús en la sociedad es un toque de atención para nosotros los cristianos. Hemos de estar dispuestos a firmar nuestra “declaración de fe” no solo con una pluma o bolígrafo sino con nuestra propia sangre. Toda alternativa a nuestra sociedad de consumo es un riesgo, pero la gloria está asegurada.


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