CruzNo estamos haciendo bien. Hoy es día de buena nueva, y nosotros callamos; y si esperamos hasta el amanecer, nos alcanzará nuestra maldad.2° Reyes 7:9.

Si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme… ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!1ª Corintios 9:16.

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Nunca supe por qué lo llamaban Sindo. Vivía muy cerca de nuestra casa. ¿De qué vivía? Nadie lo sabía: de la caza, la pesca… obviamente de muy poca cosa. Era anciano, no trabajaba, y sin duda nunca lo había hecho. A menudo estaba a la entrada de su casa y miraba a la gente que pasaba. Nadie se detenía para hablarle, salvo un creyente mayor quien, compasivo, le decía algo y trataba de dirigir su mirada hacia el Dios Salvador. Sindo respondía con una sonrisa indiferente.

Pero el viejo cristiano murió. Sindo, quien nunca había pisado un lugar de culto, consideró que debía asistir al entierro del único hombre que le había manifestado interés.

Ese día, el mensaje del Evangelio lo interpeló profundamente. El predicador habló de Aquel que vino del cielo a la tierra para interesarse en personas tan miserables como un pobre ciego (Juan 9). Sindo fue como llevado al pie de la cruz y allí descubrió que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Comprendió que “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1ª Juan 1:7). Conmovido en su conciencia y en su corazón, se abrió al amor del Dios Salvador.

Habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente” (Lucas 15:7).


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