• La gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres. – Tito 2:11.
• Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús. – Romanos 3:24.
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“Un hombre tenía dos hijos”, muy diferentes el uno del otro: el mayor trabajaba honestamente en la casa de su padre sin exigir nada. El más joven, rebelde, había dejado el hogar para vivir una vida desenfrenada. Cuando hubo malgastado todo, se dio cuenta de su locura y volvió a su padre. A la entrada de la casa, andrajoso, con el corazón destrozado y arrepentido, confesó a su padre su pecado. Al momento recibió ropa para la fiesta que el padre prepararía, gozándose por su regreso.
Los dos hijos fueron invitados. Éste, consciente del amor inmerecido de su padre, aceptó. El mayor, haciendo valer sus propios méritos, rechazó la invitación, pues estaba celoso del afecto de su padre por su hijo menor.
Nadie puede entrar en la presencia y el gozo del padre en virtud de sus obras. “Por las obras de la ley nadie será justificado” (Gálatas 2:16). Dios recibe al que se reconoce pecador e implora su perdón. “Miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Isaías 66:2). Jesús dijo: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mateo 9:13). Ese es el camino para entrar en esta «casa» donde vive el Dios bienaventurado. La gracia es ofrecida a todos, pero el que permanece sordo al llamado de Dios no entrará. Dios es soberano; es el Dios de amor que “ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
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