Calvino y los dones revelacionales

Juan Calvino

Juan Calvino

Calvino es, para muchos, el principal teólogo de la Reforma Protestante. En sus escritos encontramos muchos elementos que nos indican cuál era su posición con relación a la cesación, o continuidad, de los dones revelacionales. Como muchas de las enseñanzas que Calvino nos dejó, la doctrina de la cesación de los dones revelacionales también surge de las controversias que Calvino tuvo que enfrentar[1].

Una de estas controversias fue con un grupo de reformadores radicales, los que Calvino llama de fanáticos. Una de las cosas que ellos enseñaban era que el Espíritu Santo aún daba nuevas revelaciones. Negando esto Calvino pide que

También querría que me respondiesen a otra cosa, a saber: si ellos han recibido un Espíritu distinto del que el Señor prometió a sus discípulos. Por muy exasperados que estén no creo que llegue a tanto su desvarío que se atrevan a jactarse de esto. Ahora bien, cuando Él se lo prometió, ¿cómo dijo que había de ser su Espíritu? Tal, que no hablaría por sí mismo, sino que sugeriría e inspiraría en el ánimo de los apóstoles lo que Él con su palabra les había enseñado (Jn. 16,13). Por tanto no es cometido del Espíritu Santo que Cristo prometió, inventar revelaciones nuevas y nunca oídas o formar un nuevo género de doctrina, con la cual apartarnos de la enseñanza del Evangelio, después de haberla ya admitido; sino que le compete al Espíritu de Cristo sellar y fortalecer en nuestros corazones aquella misma doctrina que el Evangelio nos enseña.. (Inst., I.9.1)

Calvino, entonces, afirma que la obra del Espíritu Santo es confirmar em nosotros lo que ya fue revelado en la Escritura. Hablando de aquella acusación que tanto escuchamos en nuestros días: “La letra mata”; Calvino dice que es imposible disociar la Palabra del Espíritu. El Espíritu no cancela la Escritura. Calvino afirma

… cuando Dios nos comunicó su Palabra, no quiso que ella nos sirviese de señal por algún tiempo para luego destruirla con la venida de su Espíritu; sino, al contrario, envió luego al Espíritu mismo, por cuya virtud la había antes otorgado, para perfeccionar su obra, con la confirmación eficaz de su Palabra.. (Inst. I.IX.3)

Luego él muestra cuales son las diferentes reacciones que los fanáticos y los hijos de Dios tienen cuando se enfrentan a esta realidad. Él dice

¿Qué dirán a esto esos orgullosos y fantaseadores que piensan que la más excelente iluminación es desechar y no hacer caso de la Palabra de Dios, y, en su lugar, poner por obra con toda seguridad y atrevimiento cuanto han soñado y les ha venido a la fantasía mientras dormían? Otra debe ser la sobriedad de los hijos de Dios, los cuales, cuando se ven privados de la luz de la verdad por carecer del Espíritu de Dios, sin embargo no ignoran que la Palabra es el instrumento con el cual el Señor dispensa a sus fieles la iluminación de su Espíritu. Porque no conocen otro Espíritu que el que habitó en los apóstoles y habló por boca de ellos, por cuya inspiración son atraídos de continuo a oír su Palabra. (Inst. I.IX.4).

Los fanáticos abren mano de la Escritura y le dicen adiós, pero los hijos de Dios están seguros en ella. La convicción de la cesación de la actividad revelacional de Calvino también es clara en otras partes de la Institución. El reformador afirma que la plenitud y conclusión de las revelaciones estaba implícito en la Escritura. Él afirma que

Mas cuando se le determinó a Daniel el tiempo de la venida de Jesucristo, se le ordenó también clausurar la visión y la profecía (Dan.12,4); no sólo para hacer más auténtica la profecía allí contenida, sino también para infundir mayor paciencia a los fieles, al verse por algún tiempo privados de profeta, sabiendo que el cumplimiento y fin de todas las revelaciones estaba muy cercano. (Inst. II.XV.1.)

También afirma explícitamente la cesación de las profecías cuando dice “Queda, pues, por inconcuso y cierto que con la perfección de su doctrina ha puesto fin a todas las profecías; de tal manera que todo el que no satisfecho con el Evangelio pretende añadir algo, anula su autoridad.” (Inst. II.XV.2.)

En otro lugar él afirma:

Por eso ahora, desde que Cristo, el sol de justicia, salió, tenemos una perfecta iluminación de la divina verdad, cual la que brilla al mediodía, mientras antes era crepuscular. Porque el Apóstol ciertamente no quiso dar a entender una cosa de pequeña importancia cuando dijo: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (Heb. 1,1-2). Pues da a entender, e incluso declara manifiestamente, que de ahí en adelante no habla de hablar Dios como antes solía hacerlo, bien por unos, bien por otros; y que no añadirla profecías a profecías, y revelaciones a revelaciones, sino que de tal manera había llevado su doctrina a la perfección en su Hijo, que desea que su doctrina sea tenida por su última e inviolable voluntad. (Inst. IV.VIII.7.).

Calvino también negó la necesidad de nuevos milagros para confirmar la doctrina que él enseñaba. En su carta al rey Francisco I, Calvino dice: “Nuestros detractores no son muy razonables cuando nos reclaman milagros. Porque no estamos fabricando un nuevo Evangelio, sino que apelamos a aquel cuya verdad está confirmada por todos los milagros que Jesucristo y sus apóstoles quisieron.” (2012, p. xxxii). Calvino afirma que los milagros que sirvieron para confirmar la enseñanza de los apóstoles continúan sirviendo hoy, pues no son nuevas doctrinas ni hay nuevas revelaciones.

Con relación al don de lenguas, el comentario del reformados de 1 Corintios muestra constante y repetidamente que él entendía que ese don era la capacidad de poder hablar en lenguas extranjeras. Algunas citas de ese libro lo demuestran claramente:

Había cierta diferencia entre el conocimiento de lenguas y la interpretación de ellas, pues los que eran dotados con el último, en muchos casos no estaban familiarizados con la lengua de las personas con las que tenían que tratar. Los intérpretes traducían las lenguas extranjeras a la lengua nativa. En aquella época, no adquirían estos dones a través de arduo trabajo o estudio; al contrario, los poseían a través de una maravillosa revelación del Espíritu. (2003, p. 381. Comentando 1 Co. 12.10)

Nuestro lenguaje debe ser el reflejo de nuestras mentes… por tanto, es fuera de propósito y un gran absurdo que alguien hable en una asamblea de la Iglesia, cuando los oyentes no entienden ninguna palabra de lo que él dice. Pablo, pues, está plenamente cierto en considerar como el cúmulo de lo absurdo cuando alguien prueba ser un bárbaro para su auditorio ( 2003, p. 420. Comentando 1 Co. 14.11)

… es increíble (por lo menos nunca leímos de algún caso) que hubiera alguien que hablara, por la influencia del Espíritu, una lengua que él mismo desconocía. Porque el don de lenguas no fue concedido solamente con el propósito de producir algún ruido, pero ciertamente con el propósito de comunicar algo. Pues cuan risible habría sido que la lengua de un romano fuese dirigida por el Espíritu de Dios a pronunciar palabras griegas cuando ellos mismos no tenían conocimiento del griego. Él se asemejaría a papagayos, los cuales pueden ser entrenados por el ser humano para emitir sonidos humanos. (2003, p. 423. Comentando 1 co. 14.14)

Calvino también, cuando comenta la frase “a no ser que las interprete” de 1 Corintios 14.5, afirma que cuando la lengua es interpretada “hay profecía”.

La convicción de que los dones de milagro cesaron también es encontrada en los escritos de Calvino. Por ejemplo, en la Institución, él dice “Pero al presente ha cesado aquella gracia de sanar enfermos, como también los demás milagros que el Señor quiso prolongar durante algún tiempo para hacer la predicación del Evangelio — que entonces era nueva — admirable para siempre.” (IV.XIX.18).

En estas pocas citas de la obra de Calvino podemos ver cuál era su convicción con relación a estos dones: ¡ellos cesaron! El Espíritu Santo no nos da nuevas revelaciones sino que confirma lo que ya está registrado en la Escritura. El don de profecía era un don revelacional y alcanzó su cumplimiento y fin en Cristo. El don de lenguas era la capacidad de hablar idiomas extranjeros y equivalía a la profecía cuando era interpretada. Que los dones de milagros eran temporales y tenían el propósito de confirmar la predicación cuando el Evangelio aún era nuevo.

Bibliografía

CALVINO, João. (2003). 1 Coríntios. São Bernardo do Campo: Parakletos.

CALVINO, Juan. (2012). Institución de la Religión Cristiana. Grand Rapids: Libros Desafío.

ENGELSMA, D. J. (2009). The Reformed Faith of John Calvin. Grand Rapids: Reformed Free Pubishing Association.


[1] David J. Engelsma afirma que “Hay algo extraordinario acerca del número de falsos maestros y del amplio espectro de falsas doctrinas con las que Calvino tuvo que lidiar. Dios providencialmente levantó herejes para que por medio de sus controversias con ellos, Calvino pudiera clarificar y desarrollar la verdad. Las iglesias reformadas son las beneficiarias de aquellos agonizantes problemas de Calvino.” (2009, p. 6)

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