La sangre servirá de señal en las casas que habitáis; cuando yo vea la sangre pasaré de largo y no os alcanzará la plaga exterminadora con que castigaré a Egipto.
Estos dos capítulos del libro de Éxodo nos hablan de la institución de la fiesta de la Pascual y la liberación del pueblo hebreo de la última de las grandes plagas que cayeron sobre el país de Egipto.
Es bien sabido que la Pascua es un arquetipo de lo que posteriormente sería el sacrificio de Jesús, el inocente muriendo para que los culpables fueran salvados. El que no conoció pecado, como bien dice la Escritura, hecho pecado por nosotros, para que nosotros nos pudiéramos reconciliar con Dios.
La Pascua es una fiesta cuyo eje central es la gracia. Los israelitas no eran moralmente mejores que los egipcios ¡Para nada! no tenían más calidad humana. Bertrand Russell, el famoso filósofo británico, afirmó que nunca debemos de suponer la superioridad moral del oprimido. Dicho de otro modo, ser esclavo en Egipto no hacia al israelita promedio moral y éticamente superior al egipcio promedio.
Esto pasa conmigo mismo como seguidor de Jesús. Cuando pienso en mi vida, en esos momentos de rara lucidez que de tanto en tanto uno tiene, el sentimiento predominante es vergüenza. La vergüenza ha sido definida como la conciencia de no ser el tipo de persona que uno debería ser. Ese soy yo y, a pesar de eso, Dios me ama y me acepta incondicionalmente y no únicamente con lindas palabras, sino con hechos dolorosos como el dar su vida por mí.
Y eso es gracia, aceptar a alguien a pesar de no ser la persona que debiera ser. Y la Pascua, descrita en estos capítulos de Éxodo, nos habla acerca de esto, del Dios que pasa por alto lo que soy y trabaja en mí y conmigo para ser, no aquello que la iglesia quiere que sea, sino aquello que Él y yo queremos que sea.
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