El pueblo comenzó a quejarse de Moisés diciendo: ¿Qué vamos a beber?
Es el primer episodio de la marcha por el desierto hacia la tierra prometida y no podemos decir que el comienzo sea afortunado. Después de ¡Tan sólo tres días! de la destrucción del ejército egipcio de una forma sobrenatural por parte del Señor se encuentran con un reto logístico, la carencia de agua potable en el desierto! La respuesta de Israel es la queja hacia Moisés y, por elevación, hacia el Señor su Dios.
Veo dos aspectos que me llaman la atención poderosamente. El primero es la importancia de no perder la memoria histórica de la intervención de Dios en nuestras vidas. Tal vez si el pueblo hubiera recordado las plagas -incluyendo la más dramática de la muerte de los primogénitos de Egipto- la columna de fuego y humo y tan sólo tres días atrás el paso del mar Rojo, podrían haber sacado algunas conclusiones y haber incorporado a su vida en unos aprendizajes mínimos. Lamentablemente no fue así. Lo mismo puede pasar con mi vida cuando dejó de contar las bendiciones e intervenciones del Señor en mi experiencia personal.
El segundo es la cultura de la queja que se enquistó en el pueblo hebreo. Cada vez que sus expectativas no se cumplían ¡Vete tú a saber de dónde se habían creado esas expectativas! se rebelaban contra Dios vía Moisés. Pienso que sucede algo similar con nuestras vidas y que tenemos la responsabilidad de examinar nuestras expectativas con respecto al Señor y asegurarnos que las mismas son bíblicas y responder a un claro entendimiento de la Palabra y no únicamente a nuestra propia proyección sobre Él de nuestras ilusiones, esperanzas e ideas preconcebidas. De lo contrario, se desarrollará en nosotros mucha amargura y desarrollaremos la cultura de la queja.
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