Para Dios todo es posible

Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré corazón de carne

«Yo podría creer que Jesús me perdonara el pecado,» dice alguien, pero lo que me molesta es que vuelvo a pecar y que existen inclinaciones terribles al mal en mi ser. Tan cierto como la piedra arrojada al aire, pronto vuelve a caer, así yo; aunque por la predicación poderosa sea elevado al cielo, vuelvo a caer de nuevo en mi estado de insensibilidad. Fácilmente quedo encantado por los ojos de basilisco del pecado permaneciendo bajo el encanto, solo la providencia me hace escapar de mi propia locura.

Estimado amigo, si la salvación no se ocupara de esta parte de nuestro pecado de ruina, resultaría una cosa por demás tristemente defectuosa.

Como deseamos ser perdonados, deseamos también ser purificados. La justificación sin la santificación no sería salvación de ningún modo. Tal salvación llamaría al leproso limpio, dejándole morir de lepra; perdonaría la rebelión, dejando al rebelde permanecer enemigo del soberano. Alejaría las consecuencias descuidando y sin fin. Impediría por un momento el curso del río, dejando abierta la fuente de contaminación, de modo que más o menos pronto se abriría una salida con mayor fuerza.

Acuérdate que el Señor Jesús vino a quitar el pecado de tres maneras;

Vino a salvar de la culpa del pecado,

Del poder del pecado,

Y de la presencia del pecado.

En seguida te es posible llegar a la segunda parte: el poder del pecado se puede quebrantar inmediatamente; y así estarás en el camino a la tercera parte, la salvación de la presencia del El ángel dijo del Señor.

«Llamarás su nombre Jesús, porque el salvará a su pueblo de sus pecados» (Mat.1:21).

Nuestro Señor Jesús vino para destruir en nosotros las obras del diablo. Lo que se dijo en el nacimiento de nuestro Señor, se declaró también en su muerte; porque al abrirse su costado, salió sangre y agua para significar la doble cura por la cual quedamos salvos de la culpa y la contaminación del pecado.

Si no obstante te apenan el poder del pecado y las inclinaciones de tu naturaleza, como bien pude ser el caso, aquí hay para ti una promesa. Confía en ella, porque forma parte de ese pacto de gracia que está en todo ordenado y firme. Dios que no puede mentir ha declarado en el libro de Ezequiel 36:26;

«Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré corazón de carne.»

Como ves, en todo entra el Yo Divino: Yo -daré -pondré -quitaré -daré. Tal es el modo real de actuar del Rey de reyes, siempre poderoso para ejecutar al punto su soberana voluntad. Ninguna de sus palabras quedará sin cumplir.

Bien sabe el Señor que tu no puedes cambiar tu propio corazón, ni limpiar tu propia naturaleza, pero también sabe que el él es poderoso para hacer ambas cosas. Dios puede cambiar la piel del etíope y extraer las manchas del leopardo. Oye esto, cree y admíralo, él te puede crear de nuevo, hacer que nazcas de nuevo.

Esto es un milagro estar al pie de las cascadas del Niágara, y con una palabra manda a la corriente volver atrás y subir arriba el gran precipicio sobre el cual hoy se lanza con poder fantástico. Únicamente el omnipotente poder de Dios podía hacer tal milagro; sin embargo, ese no sería más que un paralelo adecuado a lo que sucedería, si se hiciera retroceder del todo el curso de la naturaleza.

Para Dios todo es posible. Él es poderoso para volver atrás el curso de tus deseos, la corriente de tu vida, de modo que en lugar de bajar alejándote de Dios, tengas la tendencia de subir acercándote a Dios. Esto es en realidad lo que el Señor ha prometido hacer con todos los incluidos en el pacto, y sabemos por las Escrituras que todos los creyentes están incluidos en él. Leamos de nuevo sus palabras en Ezequiel 36:26.

Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré corazón de carne

Cuán maravillosa es esta promesa! Y en Cristo es «el sí» y «el amen» para la gloria de Dios por nosotros.

Hagámosla nuestra, aceptándola como verdadera, apropiándonosla bien. Así se cumplirá, y en días y años venideros tendremos que cantar del cambio maravilloso que ha obrado la soberana gracia en nosotros.

Bendiciones…..


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