EL RETORNO….. A LA CASA

«Poned … calzado en sus pies» (Lucas 15 :11-24)

El capítulo 15 de San Lucas, y en particular la parábola del hijo pródigo, es la página de la Biblia sobre la cual se han derramado, probablemente, más lágrimas de pecadores.

Es una perla bíblica que, además de contener en sí el verdadero cuadro humano, una humanidad que se aleja de Dios, encierra provechosas lecciones para el cristiano.

El joven que partió a tierras lejanas cargado de bienes, ilusiones y entusiasmo juvenil, era «hijo» del padre.
Por consiguiente, su regreso al hogar marca el camino de retorno a seguir por todos aquellos que, aunque creyentes en Cristo, sé» han alejado de él y, tras vagar por los caminos del mundo, de pronto, un día despiertan y vuelven al Señor.

En la época de la parábola era privilegio de los miembros de la familia usar calzado. Los esclavos no sólo no lo usaban, sino que carecían de posesiones y de todo derecho a disponer de sus personas. Cuando el padre ordena a sus siervos que pongan calzado en los pies, no estaba haciendo otra cosa que restaurando su dignidad de hijo.

Reponer con algo nuevo aquello que se había gastado en los caminos ásperos del mundo, los caminos de maldad en que había transitado, todo un símbolo de lo que le había alejado de la casa del padre para llevarle en pos de extrañas relaciones, quimeras imposibles, felicidades ilusorias, rumbo a la ciudad lejana donde sólo había encontrado la desilusión, la pobreza y el hambre.

Su alejamiento del hogar prefigura la tendencia natural en el ser humano de alejarse de Dios:

«Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino» (Isaías 53: 6),

Así como su regreso prefigura el retorno que todo ser humano debe emprender hacia Dios. Observemos en qué medida el pecado y el alejamiento del padre afectaron al joven de la parábola:

Cada persona, en su caso, desciende peldaños, cada uno de los cuales le conduce a un nivel inferior, cuyo final es una sima profunda. Baja el primer peldaño sin que él mismo pueda precisar cuándo y en qué circunstancia comenzó su declinación.

Fue el primer paso dado fuera de la senda de obediencia al padre.

Consecuentemente, pierde todo interés en la casa paterna. Durante años había sido feliz allí. El horizonte de su vida lo constituía el amor del padre, la atmósfera de paz, comunión y servicio dentro de los linderos de la casa. Era todo su mundo y ambición.
De pronto comenzó a pensar en el mundo fuera del hogar, a desear conocerlo.

Este pensamiento fue haciéndose en él más persistente, hasta convertirse en una obsesión. Descendió entonces el segundo peldaño sin preocuparse para nada del dolor que causaría, y pidió la parte que le correspondía en los bienes de su padre.

Convertido ya en depositario y mayordomo de cuantiosos bienes, quedaba librada a su albedrío su sabia administración en la casa paterna o su derroche fuera de ella. Esto último fue lo que eligió.

Tal determinación le llevó a descender el tercer peldaño.

«Partió lejos.»

Se desvinculó de su hogar y buscó otras moradas. A medida que avanzaba en el camino, cruzó sin duda por varias ciudades y pueblos donde habría podido residir, pero el descenso comenzado le impulsó a alejarse lo más posible de cualquier lugar que le expusiera a mantener vínculos con su familia, alguna comunicación con la casa del padre, y:

«se fue lejos a una provincia apartada».

Descendió así otro peldaño más. Pudo haber vivido allí una vida cuidadosa, utilizando con sabiduría, en aquel mundo hostil y peligroso, extraño y destructor, los bienes que le habían sido confiados.
Pudo haber vivido una vida ejemplar que honrara a su padre con su conducta, y dar un buen ejemplo. Al fin y al cabo, su ilustre nombre merecía ser mantenido en alto en el concepto de los demás, pero, en cambio, vivió:

«perdidamente»

Pronto se manchó con el lodo de las concupiscencias. Bebió y perdió conciencia de sus actos. Jugó y perdió. Las deudas se hacían cada vez más grandes y, poco a poco y rápidamente, se fue hundiendo hasta que, de todo lo que un día había sido su bagaje de ilusiones, virtudes y grandes posibilidades, ya..nada quedaba….

¿Qué tiene de extraño, entonces, que descendiera un peldaño más?
«Comenzó a faltarle.»

En la vida humana siempre surgen factores imprevistos. Es cierto que vino una grande hambre en posición, esta circunstancia no le hubiera afectado.

En cambio, comenzó a faltarle de todo.

Aquella no era su tierra, su ambiente, su hogar.

¿Adónde recurriría?

Si hubiera conservado su posición, como era su deber, otros habrían acudido a él en su desgracia o necesidad en busca de consejo, ayuda, refugio. Pero, por el contrario,
fue él quien tuvo que acudir a pedir trabajo como el más necesitado. Y:

¿Qué le dio el mundo?

El desempeño de un oficio denigrante cuya retribución era apenas
una limosna exigua. Un trato desconsiderado que, ofendiéndole vivamente, debió causarle heridas muy profundas en su corazón al comprender entonces, en toda su dimensión, cuán grande era su caída.

Había ido descendiendo, peldaño tras peldaño, hasta parar en un porquero. Más aún, estaba corriendo el riesgo de perder su vida. Ahora sí se daba cuenta de la forma necia en que había malgastado los tres grandes bienes de los cuales había sido depositario:

La salud, el tiempo y el dinero.

Son también los bienes que Dios pone en nuestras manos. No podemos malgastaros impunemente.

Dios nos pedirá cuentas de la manera en que invertimos nuestro tiempo, gastamos la salud y empleamos el dinero.

Para el pródigo llegó al fin el día que Dios brinda, en su bondad y misericordia, a cada vida: el día de la crisis. No es para todos igual, pero sí lo es el motivo: recapacitar.

El primer pensamiento del pródigo, en tan triste situación, reflejaba su verdadera necesidad presente: hambre de pan, y no otro pan que aquel que aún los más humildes jornaleros en la casa del padre podían comer en abundancia hasta saciarse.

El cuadro puede representarnos claramente a cada uno de nosotros. El día que uno despierta, vuelve en sí, recapacita y siente como nunca antes hambre espiritual.

Se da cuenta que el alma se muere de hambre y que sólo hay un pan que puede saciarIa:

«en casa de mi padre … abundancia de pan.»

Es el primer síntoma de recuperación: el apetito recobrado que pide pan.

Nuestro Señor escogió el pan como símbolo de sí mismo cuando dijo a las multitudes a quienes había alimentado:

«Yo soy el pan de vida.»

Lo primero que necesita el creyente alejado, al despertar de su letargo
espiritual, es alimentarse de Cristo.

Cuánto tiempo has estado sin él!

¿Es ésta tu experiencia?

¿No es cierto acaso que son numerosos los hijos de Dios que, alejados de él, viven en realidad sin pan, ya sea porque no lo reciben, porque no se alimentan de la Palabra de Dios o porque no disfrutan viva comunión con Dios ni dependencia alguna del Espíritu Santo de Dios?

Es verdad que existen muchos en las iglesias que podrían denominarse seudo-creyentes. No son hijos de Dios porque no han aceptado por la fe a Cristo como su Salvador personal.

Pero también son muchos los que han tenido esta experiencia. Son, por lo tanto, hijos de Dios; sin embargo, parecen ignorar la posición elevada que la gracia de Dios les ha otorgado.

No viven a su altura.

No hallan su deleite en los manjares celestiales.

Van en busca de ellos al mundo.

Dejan, utilizando las propias palabras divinas, el manantial puro del Señor,
para cavar para sí:

«cisternas rotas que no retienen agua» (Jeremías 2 :13) .

Consciente o inconscientemente cambian su primogenitura, sus derechos de hijos y herederos, como hiciera hace tantos años Esaú, que cambió su primogenitura
por un guisado de lentejas.

Despresian la casa del Padre por la casa extraña. En tales vidas, el Señor Jesucristo
no ocupa el trono que le corresponde. Sólo un rincón. Viven, como aquel muchacho, con sus pensamientos, sus deseos, sus aspiraciones, sus sueños, tan lejos de Dios.

Qué diferente el concepto del rey David acerca de la casa del Padre! Pudo decir:

«Mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos.
Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios,
que habitar en las moradas de maldad» (Salmo 84: 10).

A veces Dios permite, como permitió entonces, circunstancias desfavorables que no afectaron a los ciudadanos de aquella tierra tanto como a aquel que era un forastero.

¡Oh!…… Si tan sólo recordáramos este detalle, que somos simples forasteros en este mundo y que, por consiguiente, este mundo lleno de atractivos, luces, fiestas, amigos, placeres temporales de pecado, no es nuestro hogar, no podríamos sentirnos felices en él ni echar raíces en sus moradas de maldad. Bendita sea «el hambre» que nos hace volver en SI….

A propósito, quiero hacer notar que, a menudo se ha frustrado el retorno de «un hijo» (un creyente en Cristo) a «la casa del padre» (la iglesia), debido al poco interés de los demás que no compartían los sentimientos del Padre ni participaban del gozo del cielo.

¡Cuántas veces, aquel que regresa, sólo encuentra en el trato indiferencia general, poca o ninguna ayuda en su proceso de rehabilitación y restauración!

Que esta lección apele a nuestros corazones, para que, llegado el momento, nos preocupemos por vestir al pródigo y hacer de su regreso una verdadera fiesta.

Todo ello realizado con el amor de Cristo, que le hará sentir que pertenece a la familia y que todos participan de su felicidad.

Los pies del pródigo de la parábola emprendieron un día el camino a la:

«provincia apartada».
¿Son éstos tus pies?

¿Te has alejado de la casa del Padre?

¿Has procurado saborear el mundo extraño, engañador y destructor?

¿ Has vivido hasta aquí malgastando el tiempo único y precioso de la vida, perdiendo horas, días, semanas, meses, años, que no volverán?

¿Has invertido tus bienes en cosas que no permanecen, que no conducen a
la gloria de Dios ni al bien de tus semejantes?

¿En qué forma has empleado la salud y el tiempo que él te ha dado?


Vuelve en ti…….. Vuelve antes que sea tarde……

Dios mismo, el Padre admirable, te espera. El camino de retorno hacia él espera que tus pies lo recorran.

Empieza en el mismo lugar que te encuentras, doblando tus rodillas y hundiendo tu cabeza en el regazo del Padre celestial.

Llora lágrimas de arrepentimiento, y así, de rodillas, lee el Salmo 51 como si hubieras sido tú mismo quien lo hubiera escrito.

Acepta por fe el perdón y la restauración, y ocupa tu lugar de nuevo en la casa del Padre, cumpliendo sus propósitos como hijo heredero de él.

El Espíritu Santo te ayudará a vivir una vida espiritual, un servicio fructífero,
un gozo y una paz interminables.

Atrás y para siempre, quedarán los años perdidos. Dios, en su maravillosa
gracia, te restaurará esos años perdidos en un gozo constante de su gracia y comunión, hasta el momento que entres en su gloria para ocupar tu lugar
en la casa «eterna».

«Mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos.
Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios,
que habitar en las moradas de maldad» (Salmo 84: 10).

Dios les bendiga…….


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