Si hay Verdadero Arrepentimiento dará Fruto.

Si hay verdadero arrepentimiento dará fruto. Si hemos defraudado a alguno,-nunca deberíamos pedir perdón hasta que estemos dispuestos a hacer restitu­ción. Si he hecho a alguien alguna injusticia grande y no puedo repararla, no tengo por qué pedir perdón a Dios hasta que he hecho restitución. Recuerdo que predicaba en una ciudad del Este, cuando se me acer­có un caballero que estaba muy afligido.

-«El hecho es que soy un desfalcador» -me dijo, «he quitado dinero a la compañía para la que trabajo.

¿De qué forma puedo hacerme cristiano sin restaurar el dinero?».

-«¿Tiene suficiente para hacerlo?».

Me dijo que no lo tenía todo. Había quitado 1.500 dólares, y tenía todavía 900. Me preguntó:

-«No podría usar este dinero para emprender un negocio, y hacer restitución y pagarles luego?».

Le contesté que esto era un engaño de Satán, y que no podía pensar en prosperar con dinero robado; que debía restaurar todo lo que tenía, que tenía que ir a ver a sus jefes y pedirles perdón.

-«Pero me pondrán en la cárcel» -replicó- «¿Pue­de usted ayudarme?».

-«No; usted debe restaurar el dinero antes de poder esperar ninguna ayuda de Dios.»

-«Es un poco difícil» -me contestó.

-«Sí, es difícil; pero la gran equivocación fue el quitarlo .»

Su carga se hizo tan pesada que al fin no lo pudo soportar. Me entregó lo que tenía, 950 dólares y algu­nos céntimos, y me pidió que lo restaurara a sus jefes. Yo les conté la historia, y les dije que el hombre es­peraba misericordia, no justicia. Las lágrimas cayeron de los ojos de aquellos dos hombres y contestaron:

-«Le perdonamos, sí, le perdonamos de muy buen grado».

Yo bajé las escaleras y fui a buscarlo. Después que hubo confesado su culpa y fue perdonado, todos nos arrodillamos y celebramos una reunión de oración. Dios estaba allí y nos bendijo.

Otro amigo mío se había hecho cristiano y trataba de consagrarse, él y su riqueza, a Dios. Anteriormente había hecho transacciones con el gobierno y se había aprovechado ¡legalmente. Esto acudió a su memoria, y su conciencia le turbaba. Tuvo una lucha terrible; su conciencia insistía. Al fin hizo un cheque por 1.500 dólares y lo envió a la tesorería del gobierno. Me dijo que había recibido mucha bendición después de haberlo hecho. Éstos fueron los frutos del arrepenti­miento. Creo que muchos están pidiendo luz a Dios; y no la reciben debido a su falta de honradez.

Un individuo vino a una de nuestras reuniones en que se tocó este tema. Esto le trajo a la memoria el recuerdo de una transacción fraudulenta. Vio al ins­tante por qué sus oraciones no eran contestadas, y «volvió en sí» como dice la Escritura. Dejó la reunión, tomó el tren v se dirigió a una ciudad distante, donde había defraudado a su patrón hacía años. Fue a verle, le confesó su delito y le ofreció restituirlo. Luego se acordó de otra en que se había quedado corto en los tratos que habían estipulado, e hizo arreglos para pagar lo que faltaba. Regresó a su lugar, en donde celebrábamos las reuniones, y Dios bendijo su alma en una abundancia… como pocas veces he visto.

Hace algunos años, en el norte de Inglaterra, vino a verme después de una reunión una mujer que pa­recía muy ansiosa respecto a su alma. Durante un tiempo parecía que no podía obtener paz. La verdad era que estaba encubriendo una cosa que no quería confesar. Al fin la carga fue tan grande que le dijo a uno de mis colaboradores:

-«Cada vez que me arrodillo para orar me acuerdo de unas botellas de vino que hurté de un antiguo patrón mío».

Mi colaborador le contestó:

-«¿Por qué no las restituye?»

La mujer contestó que el hombre había muerto y que, además, no tenía idea de lo que valían.

-«¿No hay herederos a quienes restituirlo?»

Ella respondió que había un hijo que vivía a cierta distancia; pero que pensaba que hacerlo sería muy humillante, y que por ello lo había ido demorando. Al fin tomó la decisión de devolverlo y dejar limpia su conciencia, por lo que tomó el tren y se fue al lugar en que vivía el hijo de su antiguo patrón. Se había llevado cinco libras esterlinas, cantidad que suponía sería bastante. El hombre le dijo que no quería el dinero, pero ella insistió:

-«No lo quiero yo tampoco, pues me quema en el bolsillo».

Finalmente el hombre aceptó la mitad y lo entregó a una institución benéfica. Ella regresó al fin, contenta como pocas personas he visto. Me dijo que no sabía lo que le pasaba de la alegría y bendición que había recibido en su alma.

Es posible que haya algo en nuestras vidas que necesite ser enderezado; algo que ocurrió hace quizá veinte años, que ha sido olvidado, hasta que el Espí­ritu de Dios nos lo recuerda.

Si no estás dispuesto a hacer restitución no puedes esperar a que Dios te bendiga. Quizás ésta es la razón por la que muchas de tus oraciones no reciban respuesta.

D. L. Moody


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