No podemos habituarnos a empobrecer

Hoy iba a publicar algo escrito por mi, como lo he venido haciendo en los últimos años todos los lunes, pero leí un artículo de Luis Vicente León, con el cual me identifiqué muchísimo.   Me confieso culpable, porque cuando fui a Lima el año pasado entre en sus estadísticas de tomarme fotos en el Supermercado Wong con sus anaqueles llenos de comida, y de respirar el aire de progreso que se respiraba en la ciudad. Y luego en San José de Costa Rica hice lo mismo. No es normal que hace unos años Caracas (Venezuela) era un punto de referencia en lo que se refería a progreso y bienestar colectivo, y que hoy en día sea superada por cualquier ciudad de latinoamérica.

Y aclaro que presento esto con la mayor imparcialidad política, ya que tanto en lo académico como en la blogósfera me he caracterizado por estar en el medio de la balanza.

Luis Castellanos

Luis Vicente León

Vengo a Lima desde hace 30 años. Mis primeros recuerdos son sesgados, desde la perspectiva de un chamo caraqueño, acostumbrado a vivir en una ciudad donde se respiraba desarrollo… tan distinto a lo que se respiraba en Lima, una ciudad gris. Pero no sólo por su cielo, que lo sigue siendo. Gris de humo y sucio pegado a edificaciones monumentales que denotaban un pasado glorioso que se había esfumado. Gris en su economía pobre y tradicional. Gris en la política, llena de autócratas y sátrapas, de la que Velasco Alvarado fue un representante estelar. Esa era la Lima de mi juventud. La que describí a mis amigos como una representación pura del subdesarro-llo, donde los panitas peruanos me contaban (cosa que nunca vi) que las “cholitas” (como llamaban despectivamente a sus mujeres autóctonas), hacían pipí en la calle sin quitarse el faldón.

30 años después estoy aquí, en la misma Lima, pero en otra ciudad. La Lima de hoy se exhibe espectacular, limpia y armónica. Por supuesto que hay zonas muy pobres y duras, característica típica de nuestra región. Sin embargo, esas zonas populares también han mejorado mucho. La penetración de servicios públicos creció exponencialmente y los reportes internacionales indican que la pobreza pasó de 52% en 2005 a 38% hoy.

El periódico principal del país, El Comercio, resaltaba en su primera página: “El gobierno tomará medidas para evitar que la economía crezca más de 8% en 2010″, “el intercambio comercial con EEUU crecerá 250% y las inversiones extranjeras lo harán en 50%”, “Bancos proyectan que el dólar seguirá perdiendo valor frente al Sol”.

No es necesario describirle al lector la diferencia en la historia de esta ciudad con la nuestra. Es simple: Caracas en el pasado daba envidia y ahora da pena, exactamente lo contrario a Lima, donde hasta la comida, siempre rica, ahora es infinitamente mejor.

Pero lo insólito es que lo que vale para Lima, también sirve para Bogotá, Medellín o Santiago de Chile. Todas ellas (y también México, San José de Costa Rica, Panamá, Santo Domingo, en sus respectivos tamaños y posibilidades económicas) han mejorado frente a su pasado, mientras Caracas camina en reversa a pasos agigantados.

Reconozco que la altivez de mi juventud no ha sido vencida. Quizás para protegerme les dije a los anfitriones peruanos que todavía tenemos mucho que ofrecer en Venezuela: una población que lucha contracorriente y en desventaja para defender los valores de libertad en los que fue formada y que aún con terrenos perdidos está ahí, en su lucha cotidiana y micro, buscando la felicidad. Las orquestas juveniles del maestro Abreu y Dudamel y el arte, en computadora, de Jacobo Borges a los 77 años, son ejemplos de nuestra sensibilidad y capacidad de reinventarnos. Nuestro clima envidiable, que obliga a los limeños, que ven sol apenas en billetes, a ir a Caracas con pasamontañas para no insolarse. Y en el plano más superficial (pero en la batalla por el honor todo se vale) las mujeres más bellas del mundo y nuestro récord de Miss Universos, que le quita el hipo a cualquier peruano.

El contraataque fue demoledor. Amenazaron con llevarme al supermercado Wong a ver anaqueles llenos de comida, sin vencer, frente a los cuales los turistas venezolanos se toman más fotos que en Machu Picchu, con cara de envidia y nostalgia.

No acepté el reto, pero me voy a casa con la firme convicción de que hay que convencer a los venezolanos, sin importar estrato o filiación política, que no podemos acostumbrarnos a empobrecer y además justificarlo bajo absurdas tesis ideológicas que sólo esconden nuestro fracaso. Que está prohibida la habituación y, sobre todo, que no podemos culpar a más nadie de lo que pasa, sino a nosotros mismos… y sólo nosotros lo podemos resolver.

Luis Vicente León
Tomado del Diario El Universal
[email protected] // @luisvicenteleon

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