Hombres, al fin y al cabo


Cuando oigo fariseos pienso en hombres barbudos y túnicas blancas, con las cejas fruncidas y caminando en grupos, detrás de Jesús, siguiéndolo, acosándolo, acusándolo, dispuestos a atraparlo.

Pero, creo suponer que Jesús no los veía así. No veía a un grupo de tres o cuatro “serpientes” venenosas, aún cuando llegaron a exasperarlo varias veces. Quiero pensar —pues así entiendo que es Jesús— que veía hombres, uno a uno, de modo individual y personal, y que el corazón le dolía.

Le dolía notar su terquedad, su indiferencia, su ignorancia. Porque a pesar de saber mucho, sabían tan poco; porque a pesar de tener mucho, tenían tan poco. Veía hombres, al fin y al cabo, no mejores ni peores que sus discípulos, no mejores ni peores que nosotros. Simplemente hombres.

¿La diferencia? Decidieron no seguirlo. Decidieron no creerle. Decidieron no amarlo. Aún cuando él los amó.


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.