La confesión de lo que hice, no es para aliviarme, sino para arrepentirme

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Termine de leer “Viene de Adentro” de Andy Stanley y me llamó la atención como el autor explica que la confesión no es solamente un “requisito” para sentirme bien, sino que es un principio para llegar al arrepentimiento genuino y liberarnos de la culpa. Al trata con el pecado muchos pensamos que “solo confesándole a Dios es suficiente”, Andy Stanley desarrolla como la confesión “pública” es sumamente importante.

La confesión expone nuestros secretos y liberta el corazón del opresivo poder de la culpa. Pero no se trata de la clase de confesión a la que la mayoría de nosotros estamos acostumbrados, que consiste sólo en admitir una falta. Es la clase de confesión que hacemos a la orilla de nuestra cama, descargando nuestro corazón diciéndole al Señor todo lo malo que hicimos durante el día. Esa clase de confesión apacigua nuestra conciencia temporalmente, y con la cual creemos que con este tipo de confesión Dios cumple su parte del trato de perdonar nuestros pecados.

“Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad.” 1 Juan 1:9

Al hacerlo de esta forma errónea no estamos confesándonos para dar un paso para cambiar. La confesión la usamos para aliviar la culpa. Este tipo de confesión no solo no tiene sentido, sino que no resulta. Esta supuesta confesión no elimina la culpa. Como un analgésico, nuestras oraciones fugaces de confesión le quitan el escozor a nuestro dolor, pero no curan la herida causada por el pecado.

La definición que da el diccionario para confesión es admitir o reconocer algo. Sin embargo, en la Biblia la confesión va asociada a un cambio. La confesión es nada más que un paso en una secuencia de pasos que llevan a la culpa de la oscuridad hacia la luz.

“Así se presentó Juan, bautizando en el desierto y predicando el bautismo de arrepentimiento para el perdón de pecados. Toda la gente de la región de Judea y de la ciudad de Jerusalén acudía a él. Cuando confesaban sus pecados, él los bautizaba en el río Jordán.” Marcos 1:4-5

En tiempos de Juan el Bautista, la confesión pública era el bautizarse. La confesión no era solo un medio de sentirse mejor en cuanto a su pecado. Era un paso público para abandonar el pecado.

Una y otra vez la Biblia habla de confesión, no en términos de alivio de conciencia, sino en términos de cambio de vida. La confesión nunca se ofrece como sustitución del arrepentimiento. Es más que un primer paso hacia el arrepentimiento.

“La oración de fe sanará al enfermo y el Señor lo levantará. Y si ha pecado, su pecado se le perdonará. Por eso, confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros, para que sean sanados.” Santiago 5:15-16

La confesión es hacer esa llamada que a nos aterra hacer, concertar esa cita que sabemos que será increíblemente incomoda, escribir esa carta que deberíamos haber escrito hace mucho. Eso significa humillarse a uno mismo, apropiarse de su parte del problema y hacer todo lo que este a su alcance para restablecer esas relaciones. Y cuando nos tragamos nuestro orgullo y damos ese paso adicional, algo asombroso sucede. La culpa pierde su garra en el corazón y poder del pecado queda roto en su vida.

Si empezamos a confesar nuestros pecados, pero no meramente como un alivio de conciencia, sino como una puerta al cambio, lo más probable es que no vayamos a cometer los mismos errores de nuevo. Mientras carguemos con un secreto y estemos tratando de aliviar nuestra conciencia diciéndole a Dios cuanto lo lamentamos, nos disponemos a repetir el pasado. Sin embargo la confesión de la manera en que Dios la diseño rompe el ciclo del pecado y la culpa, pero eso es solo el principio.


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