Más allá de la muerte

Una de las grandes preguntas que se ha hecho el hombre en todos los tiempos, ha sido ¿Qué hay más allá de la muerte? Y muchos son los que han buscado la respuesta en lo esotérico, en la filosofía, en las diversas religiones, en la reencarnación, en las experiencias de aquellos que han estado muertos clínicamente y han sanado, etc.

Quizás lo más analizado por aquellos que parecieran tener cierto nivel educacional y curiosidad sobre esta materia, ha sido ésta última. Se han escrito innumerables libros acerca de este tema, donde se han recopilado varias experiencias de casos de personas que por diversas circunstancias fueron declaradas clínicamente muertas.

Curiosamente todos ellos coinciden en sus relatos sobre un túnel con una gran luz al final, que al cruzarla dicen encontrarse en un lugar paradisíaco donde supuestamente se reúnen con sus seres queridos que les han precedido en la muerte.

Naturalmente que en esos relatos no existe el infierno, solamente un lugar que representaría el cielo y que todos llegarían únicamente allí. Esta experiencia es la misma que relatan los pilotos de las fuerzas aéreas que han sido expuestos a velocidades superiores a la del sonido. Frecuentemente ellos caen en estados de inconciencia durante algunos segundos, donde también dicen ver un túnel, esa gran luz y las visiones de seres amados.

Los médicos de esas instituciones han entregado amplias explicaciones sobre el funcionamiento bioquímico del cerebro al ser sometido a situaciones extremas, que lo lleva a un estado inconciente y alucinógeno. No voy a entrar en detalles sobre las dilucidaciones científicas porque yo no soy ningún experto en la materia, pero cualquiera puede leerlas en Internet.

La descripción de esas experiencias sufridas por los pilotos, es la misma que hacen algunos que han sido declarados muertos clínicamente. Esto desecha cualquier versión por real y sincera que parezca, respecto a los relatos que han hecho para revelar qué hay más allá de la muerte a través de esas referencias.

La Palabra de Dios dice que el hombre está dispuesto a creer más la mentira que la verdad. 2Tm. 4:3-4 «Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas». 2Ts. 2:11 «Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira».

Cada cual cree tener su propia verdad, verdad que nunca parece ser muy convincente, porque cuando se encuentran frente a la muerte, sus convicciones parecen derrumbarse como un castillo de arena levantado junto al mar. Llega la ola y todas sus creencias se desvanecen y caen en la ansiedad o hasta en la desesperación.

Otros dicen que si pudieran escuchar a alguno que hubiera pasado esa barrera de la muerte y regresara al mundo de los vivos, podrían creer. La falacia de ese argumento se desmorona con lo que Dios dice textualmente en Su Palabra: Lc. 16:31 «Si no oyen a Moisés y a los profetas (si no creen lo que dice las Sagradas Escrituras), tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos».


Esto queda en evidencia porque son varios los que Dios ha permitido que regresen a este mundo terrenal, para que puedan dar fe de la veracidad de ese mundo del más allá de la muerte y aún así la gran mayoría no cree.

El más importante de todos y que merece la mayor credibilidad es el propio Señor Jesucristo, quién describió con mucha precisión los dos lugares que existen al cual cada uno de los mortales habrá de ir.

Lo paradojal es que muchos que se dicen cristianos también ponen en duda o simplemente no creen lo que el Señor Jesucristo reveló. Si el Señor hubiera mentido sobre esta materia de fundamental importancia para todos los seres humanos, lo digo con mucho temor y reverencia, Cristo debería ser considerado como el engañador más grande que ha pisado este mundo.

Sin embargo, hasta los más escépticos consideran a Jesús como el mayor personaje de la humanidad de todos los tiempos, debido a Su bondad, sabiduría y prudencia que lo caracterizaron. Para ser justo e inteligente con nuestra apreciación, no podemos creer en un Jesús que fue bueno y al mismo tiempo el más grande engañador de todos los tiempos.

Debemos identificarnos necesariamente con uno de los dos grupos, o creemos que Jesús fue bueno y santo, y en consecuencia aceptamos lo que Él reveló, o simplemente estamos obligados a calificarlo como un impostor y mentiroso. No se puede ser neutral en una materia tan antagónica y opuesta como ésta.

Pero no existe solamente el relato del Señor Jesucristo, sino que está también el testimonio de aquellos que el Señor resucitó. Quizás el más destacado fue Lázaro, dice la Palabra de Dios que luego de esa tremenda experiencia, recibió al Señor y a muchos del pueblo en su casa para compartir con Jesús y sus discípulos una cena, donde él atendía a sus comensales.

Jn.12:2 «Y le hicieron allí una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él». Seguramente que muchos querían escuchar de los labios de Lázaro acerca de su muerte y del más allá.

También cuando Jesús murió, muchos que habían muerto resucitaron y aparecieron a muchos en el pueblo para dar testimonio de ese paso de la muerte y del poder de Dios para resucitarles.

Mt. 27:52-53 «y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos».

Aquel quién asegura ser «la verdad y la vida» dice que la persona cuando muere, inmediatamente su alma parte al lugar que le corresponde, el cielo para el creyente, y el lugar de tormento para el incrédulo.

Cualquiera sea la forma que deseemos interpretar el relato de Lucas 16 sobre el rico y Lázaro, es decir, que sea una parábola o un hecho real, de cualquier modo queda la enseñanza incuestionable acerca de los dos únicos lugares que existen al cual parten las almas de quienes mueren, al cielo o al infierno.

Esto es lo que Jesús enseñó y en consecuencia nosotros los cristianos creemos: Lc. 16:22-23 «Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado. Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos».

El cuerpo es solamente la envoltura de nuestro ser, fuera del cuerpo seguimos siendo nosotros mismos. Es decir, la muerte es únicamente la separación de nuestro «yo» (el alma) del cuerpo físico.

Nuestro cuerpo va al cementerio, pero nuestra alma parte a la eternidad inmediatamente en plena conciencia de nuestra nueva condición. Si somos creyentes, nacidos de nuevo por la gracia de Dios, entramos a la presencia del Señor.

El apóstol Pablo creía firmemente esta realidad, Filp. 1:21-23 «Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia… deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor». Su gran esperanza era que al morir partía para estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor que la vida presente.

Lamentablemente muchos cristianos no tienen esa convicción y seguridad, debido a que han descuidado la lectura de la Palabra de Dios donde Él nos revela estas maravillas.

1Jn.5: 13 «Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, PARA QUE SEPÁIS QUE TENÉIS (ahora) vida eterna».

1Jn. 5:10 «El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo».

Rm. 8:16-17 «El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo».

No existe nada más glorioso que tener la absoluta seguridad que al morir partimos para estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor. El Señor dijo que al morir Lázaro, fue llevado por los ángeles a la morada celestial.

John Bunyan en su libro El Peregrino, relata magistralmente ese acontecimiento maravilloso cuando el cristiano después de su transito por esta vida terrenal, entra por las puertas de la ciudad celestial.

Cuan majestuoso será ese momento, cuando veamos el rostro del Señor rodeado de toda Su gloria celestial y nos invite a entrar, Mt .25:21 «Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor».

Será por primera vez que inhalaremos ese aroma celestial y escucharemos los cánticos angelicales. En aquel día majestuoso podremos ver todo el esplendor de Su gloria y Su santidad que todo lo hermosea. Acercarnos hasta ese trono que el apóstol Juan llegó en el momento que le fueron entregadas las revelaciones del Apocalipsis.

Ap. 4:2-6 «Y al instante yo estaba en el Espíritu; y he aquí, un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado. Y el aspecto del que estaba sentado era semejante a piedra de jaspe y de cornalina; y había alrededor del trono un arco iris, semejante en aspecto a la esmeralda. Y alrededor del trono había veinticuatro tronos; y vi sentados en los tronos a veinticuatro ancianos, vestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas. Y del trono salían relámpagos y truenos y voces; y delante del trono ardían siete lámparas de fuego, las cuales son los siete espíritus de Dios. Y delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal».

El mismo trono que contempló Isaías. Is.6:2-3 «Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria».

Será en ese momento sublime cuando escucharemos la voz del Esposo decir: Entra en las moradas eternas que he preparado para ti, porque tú eres la perla de gran precio que Yo compré con mi propia sangre, entra e incorpórate al gozo celestial.

Este es el futuro que aguarda el creyente que ha sido salvado por la gracia redentora de Cristo Jesús. Todo aquel que ha nacido de nuevo posee esta absoluta seguridad, porque tiene la garantía plena del Dios de la gloria. Es una promesa que lleva el sello divino del Eterno.

Pero ¿qué sucede con aquellos que rechazaron la oferta de salvación o fueron indiferentes con el generoso ofrecimiento de salvación que Dios les entregó durante toda su vida?

Los incrédulos e indiferentes no tendrán que esperar un día del juicio para escuchar su veredicto, porque la sentencia ya ha sido pronunciada por Dios. Jn. 3:18 «El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios».

Los tales al morir abrirán inmediatamente sus ojos en el infierno, en plena conciencia del lugar de tormento en que se encontrarán, sin ninguna oportunidad de salir desde allí.

Dijo el Señor Jesucristo: Lc. 16:23-26 «Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama. Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, NO PUEDEN, ni de allá pasar acá» .

Hoy en día son muchos los que se autodenominan «agnósticos» porque pareciera que consideran que eso les da mayor categoría de intelectual, y los más ilusos abrigan la escondida esperanza que si Dios existe, no los rechazará finalmente, porque total, ellos nunca lo negaron abiertamente.

Pero no son más que necios soñadores quimeristas, porque si creyeran que existe aunque fuera una muy pequeñísima posibilidad que Dios y el cielo son algo real, deberían inclinarse por creer. Porque al fin de cuentas, en el caso hipotético que no existiera cielo, el gozo presente de tal esperanza no se compara en absoluto con los resultados catastróficos e irreparables de su necedad de condenarse eternamente si todo resulta verdad, como lo asegura la Biblia y el Señor Jesucristo.

Pero el verdadero hijo de Dios sabe que el cielo y el infierno son algo real, y espera con gozo ese momento sublime cuando nos llame a Su presencia. Rm. 8:16-17 «El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo».

Frente a la muerte el creyente reposa sin angustia ni turbación, porque sabe que esa experiencia es despertar y hallarse en su deseado hogar junto a su amado Salvador. Durmiendo en Él, la tempestad se cambia en gran serenidad. El viento y el mar cesan de bramar con su furia usual, ahora todo es calma y gozo celestial.

Ha llegado el momento de entrar al reclinatorio del Rey, allí nuestro nardo exhalará su grato olor y nos gozaremos eternamente en una adoración celestial. Por fin Cristo nos estrechará en sus brazos de amor y le contemplaremos tal como Él es. Podremos al igual que Tomás, tocar las heridas que compraron nuestra redención. Amén, sí Señor.

Por:  Por Jack Fleming
Fuente:  http://www.estudiosmaranatha.com/


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