Mi desastre. Mi responsabilidad. Mi santidad.

Tal vez te chocaron estas palabras, como me chocó a mi escribirlas, por causa de mis esquemas religiosos implantados desde la niñez.

“Le he pedido al Señor que me quite el pecado”, “No lucho con este pecado, lo que quiero es ayudar a otros”, “Me cuesta resistir los avances de mi novio”, “Solo Dios es Santo”. Estas frases son muy comunes en mi trabajo en Libres en Cristo, y todas ellas son máscaras para evitar una verdad común a todos los humanos: Yo he pecado porque escogí hacerlo, y yo estoy separado de la gloria de Dios.

Estas son algunas reflexiones que hoy tengo en mente acerca de la responsabilidad individual, que quiero compartirte.

1. Echarle la culpa a otros por mi pecado, es una técnica tan vieja como la humanidad.

La primera historia de pecado, también es una historia de no admitir responsabilidad. Cuando Dios bajó al huerto a buscar a Adán y Eva porque estos habían desobedecido su orden de no comer del árbol de la ciencia, del bien y del mal, Adán le echó la culpa a Eva, y Eva, a la serpiente. Ninguno de ellos pudo decir “yo decidí comer, sé que estuvo mal, que te ofendí y me arrepiento, reconozco que yo decidí hacerlo”.

—¿Y quién te ha dicho que estás desnudo? —le preguntó Dios—. ¿Acaso has comido del fruto del árbol que yo te prohibí comer?  Él respondió: —La mujer que me diste por compañera me dio de ese fruto, y yo lo comí. Entonces Dios el Señor le preguntó a la mujer: —¿Qué es lo que has hecho? —La serpiente me engañó, y comí —contestó ella.

Nuestra naturaleza humana se corrompió cpara no aceptar que hemos pecado por voluntad propia. Y desde entonces siempre le asignamos la culpa a alguien más: al abusador que me tocó cuando era niño, al novio o novia a quien no puedo detener, a la persona que dejó la pornografía a la vista, al pastor que no supo ayudarme, etc. Es cierto, incluso un niño o niña en su inocencia puede haber sido expuesto al sexo de una manera abusiva, pero cada uno tuvo luego la madurez mental en cierta edad, para decidir qué hacer con esta experiencia.

2. Dios nos permite escoger entre el bien y el mal.

Siempre hay opción, y nunca estamos obligados a escoger el pecado. Siempre hay alguien a quien llamar cuando uno está en tentación, siempre hay una actividad alterna al pecado, siempre hay una decisión que mejorará tu vida y la mía. Dios mismo repite esta forma de expresarse en la Biblia:

»Hoy les doy a elegir entre la bendición y la maldición: bendición, si obedecen los mandamientos que yo, el Señor su Dios, hoy les mando obedecer; maldición, si desobedecen los mandamientos del Señor su Dios y se apartan del camino que hoy les mando seguir, y se van tras dioses extraños que jamás han conocido. Deuteronomio 11:26-28 NVI

3. Fingir que no tienes problemas, te retrasará el encontrar ayuda.

Ya hemos decidido que no podemos hacer nada por aquellas personas que en nuestro website escriben “no soy yo el del problema, es alguien más a quien deseo ayudar”. Primero, porque nos es difícil creer que haya un cristiano que nunca haya tenido tentación sexual, o que no haya caído en pecado.

Discernimos que esas solicitudes al estilo “tengo un amigo que…”, son pedidos de ayuda personales, en los que la persona que lo hace no quiere admitir un pecado, por temor a que su orgullo salga lastimado. Pero este fingimiento solo retrasa el día en que encuentres ayuda; si estás pensando en escribirnos “de parte de alguien más”, te pedimos que no lo hagas, no podremos hacer nada si te mientes a tí mismo (pues Dios si conoce la verdad en tu corazón y el mío).

4. Reconocer tu responsabilidad, mejora las relaciones con el sexo opuesto.

Clasificar a los hombres como animales que piensan en sexo 23 horas y media al día, es una idea común, pero falsa. Es probablemente una de esas mentiras culturales que aceptamos como verdades de tanto decirlo. Creer esto puede animar a un hombre a excusarse en “es que tengo necesidades”, y a una mujer a excusarse diciendo “mi novio no puede detenerse y yo tengo que ceder”.

Evitar la responsabilidad individual, reconocer que como hombre o mujer, de todas maneras soy responsable por mi santidad, trae sanidad a la forma en la que ves y te relacionas con el sexo opuesto, permite a los hombres descansar en que no tienen que mostrar una conducta hipersexualizada para que no duden de su hombría, permite a las mujeres saber que pueden tener una relación sentimental que no esté basada sólo en sexo, y les permite a ellas también saber que si sienten deseo sexual no están en pecado ni viviendo fuera de la femeneidad, sino que es parte integral de la naturaleza que Dios les dio.

5. No eres responsable por otros.

Por mucho que nos cueste creerlo, solucionar los problemas sexuales de otros nunca es tu responsabilidad. Es cierto, puede existir la carga por la intercesión y la oración genunina por libertad y guianza para otros, pero Dios no te llama a hacer algo por salvar a otros. Hay quienes desean tomar el curso de 60 días con nosotros porque alguien más en su familia está en pecado y no quiere salir de ello.

Piénsalo bien, aunque te parezca cruel: ¿En verdad hay algo real que puedes hacer por un hermano que está disfrutando el pecado homosexual, o una amiga de la iglesia que está en adulterio, pero que se rehúsa a dejar esa relación? No eres el Espíritu Santo Junior, ni eres el Mesías suplente cuando Jesús está ocupado. (Suena pesado, pero en realidad, tomamos atribuciones de Dios cuando queremos salvar a otros y convencerlos de pecado).

No, la verdad no puedes hacer casi nada, aparte de interceder y mostrarle este website o algún otro recurso de ayuda. La salvación es personal, igual que el arrepentimiento genuino y el pedir ayuda. Generalmente un familiar del afectado está manejando la culpa de que por su causa otra persona haya caído en pecado sexual, o tal vez la persona que intenta ayudar de esta manera ha puesto su valor personal y su identidad en ser un salvador de otros, en encontrar su rescate al rescatar a otros. O tal vez es una manera de estar en control del entorno, para evitar reconocer que este es un mundo caído, y que cada quien toma sus decisiones.

Durante estos dos años en los que he servido al frente de Libres en Cristo, nunca he visto a alguien terminar su curso porque “que solo quería ayudar a otros”. He aprendido que sólo quien decide recoger sus propios pedazos y pagar sus consecuencias, logra vivir una mejor vida en Cristo. Y como persona, como hombre he aprendido que yo mismo quería salvar a otros, pero he decidido que yo mismo tengo mucho por lo que debo dar cuentas y mucho camino que recorrer, y que este principio de la responsabilidad invididual es algo que yo debo practicar, incluso si ningún lector de esta pieza se convenciera de lo mismo.


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