Con todo el corazón


A los veinticinco años ya es rey, y muere veintinueve años después. Restablece el culto en el templo —que su padre plagó con altares paganos—, anima al pueblo para celebrar la Pascua —habían olvidado su fiesta nacional—, y reorganiza el servicio de sacerdotes y levitas —ya nadie se acordaba para qué servían. Sus biógrafos, por lo tanto, escriben de él en primera plana: “buscó a su Dios, lo hizo de todo corazón”. ¿Y cómo se logra semejante hazaña? Propongo por lo menos dos ideas.

1. Decisión. Este rey no cuenta con el buen ejemplo de su padre, pues a él le califica como un rey mal que incluso mató a algunos de sus hijos en honor a dioses extraños y sangrientos. Pero su hijo, el rey al que nos referimos, decide seguir los pasos de otro de sus antepasados, y en lugar de culpar el haber tenido un “mal padre”, se sacude su influencia y rescribe “su” historia.

2. Actuación. Envía, convoca, se alegra, oye, ora y habla. No se queda de brazos cruzados, sino que se pone a trabajar. Primero, se entera qué dice la ley —la que ya todos olvidaron. Lee, investiga y analiza los escritos antiguos que dejó Dios a Moisés y a otros de sus siervos. Luego, emprende las acciones requeridas para ordenar el culto según lo dispuesto por Dios. Y no busca la novedad, ni darle nuevos giros a las cosas, sino que acata todo como está escrito.

Dios bendice a los que de todo corazón siguen sus enseñanzas. El rey Ezequías no se equivoca, y aunque en su vida hay deslices y dificultades, sus contemporáneos le recuerdan por haber buscado a Dios de todo corazón, y por esto es prosperado.

Dichosos son los que obedecen la ley de Dios y le buscan —no a medias, no con reservas, no por conveniencia, no con base a sus razonamientos— sino de todo corazón.


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