de la que hiciste mi esperanza.
Este es mi consuelo en la aflicción:
que tu promesa me da vida.
Los soberbios me insultan,
-oh Dios, grande e inmortal-,
pero no me aparto de tu voluntad.
Recordando tus antiguos mandamientos,
Señor, quedé consolado.
Me enfurezco contra los malvados
que abandonan tu ley.
Tu norma era mi música
en tierra extranjera.
De noche recuerdo tu Nombre, Señor,
en las vigilias tu voluntad.
Esta es mi tarea:
observar tus decretos.
Lo que me ha llamado la atención de esta estrofa es que el recuerdo de las promesas y la palabra dada por Dios produce paz, esperanza y consuelo. Esto ha hecho venir a mi mente -recordar- las promesas que tanto a Sara como a mí nos han mantenido vivos y con esperanza en los tiempo duros y difíciles, esos tiempos que, para usar las mismas palabras del salmista, eran un valle de sombra de muerte.
Desde las más generales, es decir, aquellas dadas a cualquier creyentes -por ejemplo, yo estoy contigo todos los días, hasta el fin del mundo-, hasta las más particulares, es decir, aquellas que Dios da a una persona específica y concreta para una situación específica y concreta, las promesas del Señor nos mantienen y sostienen en este vida tan complicada.
En los momentos de duda, desánimo, cansancio, tristeza, etc., recuerda las promesas de Dios.
Una oración
Por el conocimiento de las buenas noticias en Francia.
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