¡Señor tu amor es eterno!
¡No abandones la obra de tus manos!
El Señor tiene el compromiso de acabar su obra en mí, sin embargo, yo tengo la responsabilidad de no obstaculizarla, de no poner impedimentos, de alinearme con ella para favorecerla y darle espacio. Hay que acabar con esa pseudo teología que afirma que nosotros somos agentes pasivos del trabajo de Dios y que no hay que esforzarse, luchar, trabajar, obrar en definitiva. Viene a mi mente la afirmación de Pablo a Timoteo, esfuérzate en la gracia. ¡Vaya aparente contradicción!
Señor, no nos abandones. Todos nosotros estamos siempre en el peligro de caer, de volver a los viejos hábitos, de desarrollar nuevos, de profundizar en nuestras rupturas como seres humanos. Por eso, necesitamos clamar al Señor que no nos abandone.
Debemos siempre afirmar las promesas de Dios y clamar por su intervención.
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