con fuerte voz le pido misericordia.
En su presencia expongo mi queja;
en su presencia doy a conocer mi
angustia
cuando me encuentro totalmente
deprimido.
Señor, Tú conoces mi camino:
en el camino por donde voy,
me han tendido una trampa.
Vuelvo la mirada a la derecha
y nadie viene en mi ayuda.
¡No hay nadie que me defienda!
¡No hay nadie que se preocupe de mí!
A ti clamo, Señor,
y te digo: «Tú eres mi refugio;
Tú eres todo lo que tengo en esta vida.»
Presta atención a mis gritos,
porque me encuentro sin fuerzas.
Líbrame de los que me persiguen,
porque son más fuertes que yo.
Sácame de mi prisión
para que pueda yo alabarte.
Los hombres honrados me rodearán
cuando me hayas tratado bien.
Hay momentos en nuestra vida que pueden ser descritos muy bien con las palabras utilizadas por el salmista: angustia, depresión, soledad, abandono, dejadez de parte de otros, indefensión, agotamiento, esclavitud. Son esos momentos en los que uno no ve futuro y, a duras penas, puede manejar la dureza de la situación presente. Momentos de abandono en los que, como dice el escritor de este salmo, nadie, nadie, nadie, está a mi lado y puede darme apoyo. Tres veces indica ese sentimiento de soledad.
Afortunadamente el salmo no acaba aquí. Hay dos cosas que aprendo del mismo. La primera, la posibilidad de poderle expresar a mi Dios cómo me siento. La segunda, que Él es un refugio para el que está deprimido y abandonado. Tú eres mi refugio, afirma el salmista.
No nos dice el salmo que las circunstancias que experimentaba el autor cambiaran. No nos afirma que los problemas desaparecieron. Creo que más bien en medio de ellos experimentó el sentirse escuchado y acogido.
El Señor nos acoge y escucha en medio de los problemas.
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