“Cuando alcanzó Abraham la edad de noventa y nueve años, le apareció el Señor, y le dijo:
Haré una alianza entre mí y ti, y te multiplicare extraordinariamente. Se postro Abraham, rostro en tierra, y Dios le habló» (Gênesis 17:1-3).
«Perfecto serás para con el Señor tu Dios» (Deuteronômio 18:13).
«Sea perfecto vuestro corazón para con el Señor nuestro Dios, para que andéis en sus estatutos, y que guardéis sus mandamientos como hoy lo hacéis» (I Reyes 8:61).
Ya se habían pasado veinticuatro años desde que Dios había llamado Abraham para salir de la casa de su padre, teniendo él obedecido al Señor. Durante esos años Abraham fue un aprendiz en la escuela de
la fe. Se aproximaba el tiempo en que habría de heredar la promesa, y Dios vino con el propósito de establecer su alianza con él. En vista de eso, el Señor se presentó a él con esta triple palabra:
«Yo soy el Dios Todopoderoso… anda en mi presencia… sé perfecto.»
Sé perfecto. La conexión en que encontramos esa expresión nos ayuda a comprender el su significado. Dios se reveló como el Dios Todopoderoso. La fe que Abraham poseía ya había pasado por larga prueba: estaba ahora listo a obtener uno de sus mayores triunfos la fe se transformaría en visión real con el nacimiento de Isacc. Dios invitó la Abraham más que nunca para que se acordara de Su omnipotencia y en ella descansara.
Él es el Dios Todopoderoso y todas las cosas son posibles para Él que ejerce control de todo. Todo su poder, actúa en favor de aquellos que en él confían. Y todo cuanto el Señor solicita de Su siervo es que el mismo sea perfecto delante de él entregándole todo el corazón, y su entera confianza. El Dios Todopoderoso, con todo su poder, se entregó
completamente por usted. Conságrese pues enteramente Dios.
El conocimiento y la fe de lo que Dios es, permanecen como la raíz de lo que deberíamos ser:
«Yo soy el Dios Todopoderoso: sé perfecto»
Así como conozco Aquel que es dueño de los cielos y de la tierra, percibo que esa es la gran necesidad — ser perfecto entregándome total y enteramente a Él. Enteramente para Dios es la idea fundamental de la Perfección.
No nos olvidemos, sin embargo, que es solamente cuando estamos andando bien próximos del Señor, recogiendo y hasta cierto punto consiguiendo una comunión constante con Él, que la orden divina se hará para nosotros una realidad, en el desdoblamiento de su significado. Anda en mi presencia, y sé perfecto. La presencia real de Dios es la escuela, es el secreto de la perfección.
Sólo aquel que estudia lo que es la perfección, en la llena luz de la presencia de Dios, es que verá ampliamente toda su gloria oculta. Esa presencia real es la gran bendición de la redención en Cristo Jesús. El velo fue rasgado, y el camino hacia el verdadero santuario, la presencia de Dios, fue abierto; tenemos acceso con osadía hasta el Santo de los Santos. Dios, que probó ser Todopoderoso, resucitando Jesús de entre los muertos y sentándolo en la gloria, y nosotros juntamente con Él, a Su
mano derecha, ahora nos habla:
«Yo soy el Dios Todopoderoso: anda en mi presencia, y sé perfecto.»
Esa orden no fue dada exclusivamente la Abraham. Moisés la transmitió a todo el pueblo de Israel:
«Perfecto serás para con el Señor tu Dios.»
Ese mandamiento pertenecía a todos los hijos de Abraham; para todo Israel de Dios; para cada creyente. No piense que antes de obedecer es necesario primeramente entender, y definir lo que significa la perfección. No, el camino de Dios es diametralmente opuesto a eso. Abraham partió, sin saber para donde iba. Prosiga, aún sin saber para donde va. Dios aún le mostrará la tierra.
Tan ciertamente como el botón de la flor necesita sólo permanecer en la luz del sol para llenarse y llegar a su madurez y perfección, así también el alma que anda en la luz de Dios será igualmente perfecto. Y cuando el Dios que es todo, brille sobre su corazón, usted no podrá evitar el júbilo de entregarle todo.
Deja una respuesta