Divagando sobre la Navidad


Lo he leído muchas veces y he escuchado decenas de mensajes al respecto, pero de pronto todo se torna real. Una Navidad diferente.

El lugar. Un bebé naciendo en un establo. A nosotros los citadinos nos marea el olor a estiércol. Si bien soportamos el aroma a perro o gato, el que a veces incluso disfrazamos con desodorante, ¿aguantaríamos una sinfonía de caballos, vacas, burros, con sus respectivos alimentos y desechos? Peor aún, ¿qué madre correría gustosa a parir en tales circunstancias? ¿Acaso no programamos el hospital particular o ahorramos para pagarlo? Si nos conformamos con la Seguridad Social, no por eso aprobaríamos que nuestro bebé durmiera la primera noche sobre paja. Para eso compramos cobijas y las lavamos con anticipación y tomamos toda serie de precauciones higiénicas. Aquel niño se acostó en un pesebre, en medio de animales, en lo que hoy consideraríamos las condiciones más insalubres para un recién nacido.

El parto. Siempre me he preguntado si, tal como nos lo pintan en las películas y algunas pinturas, María se las ingenió por sí misma. ¿O acaso no llamó a la partera de Belén? ¿No hubo algún otra mujer que la auxiliara? ¿Habría viajado con su suegra o alguna conocida? Aún así, nuevamente nuestros oídos modernos se transtornan. ¿Parir sin un doctor? Hoy contamos con una tropa de ellos en torno a un nacimiento: el ginecoobstetra, el pediatra, el anestesista y las enfermeras. Si bien en aquellos tiempos no contaban con dicha tropa de profesionistas, por lo menos siempre estaba la partera del pueblo.

El padre. Inexperto, inmaduro. En medio de un viaje desgastante. Ignoro si realizó dicha travesía como nos lo pintan: sobre un burro. ¿No se supone que lo último que debe hacer una mujer embarazada es someterse al traqueteo de una cabalgata? Polvo, cansancio, incertidumbre. Llegaron sin reservaciones, así que tuvieron que buscar posada. ¿Qué sintió José? Como padre y proveedor, no tenía nada preparado para el arribo de su crío. No tenía casa ni cuna, él siendo carpintero. Todo lo había tomado desprevenido. ¿Qué de los temores naturales de un padre? ¿Cómo ayudar a María? ¿Lloraba ella de dolor? ¿Qué sentía él? No había tenido hijos antes, se trataba de su primera experiencia.

La madre. Primeriza. Joven. Ni siquiera sabía lo que era tener relaciones sexuales. ¿Asustada? Agotada por el viaje. Sin casa, sin techo, sin su madre. Probablemente aún cargando a cuestas los rumores de una sociedad que no se tragaba el cuento que había concebido por medio del Espíritu Santo. Como toda madre, queriéndole dar lo mejor a su primogénito, pero ¿sin un lugar dónde estar? ¿Sin hospital o médico? ¿Sin ayuda? Y peor aún, consciente que se trataba de un niño especial, una responsabilidad mayor, una encomienda casi imposible de llevar a cabo.

Si a esto agregamos lo que Apocalipsis nos describe, me quedo sin aliento. Un dragón queriendo atacar a ese bebé indefenso. Un enemigo real, repleto de odio por esa criatura recién nacida. Nada parecido a las tarjetas navideñas que decoran la chimenea o la pared. Nada de “noche de paz”.

Y aún así, me atrevo a decir que en un momento dado, después del parto, con una María cansada, un José aliviado, un parto natural y un lugar inadecuado, María y José experimentaron algo nuevo e inigualable. Un gozo supremo, una paz profunda, una victoria total. No tenían ni idea de lo que ese niño representaría para ellos ni para el mundo; no podían imaginar cómo crecería y moriría esa criatura. En esa noche solo estaban los tres, bajo un cielo estrellado, fatigados y desvelados, pero en una noche de paz.

Yo solo sé que esta Navidad será muy diferente para mí, pero me alegro, pues en medio de todo, he comprendido un poquito más de lo que fue la primera Navidad. Desconozco tu situación, pero espero, con toda el alma, que en esta Nochebuena, en medio del trajín y la comida, la algarabía y los regalos, puedas detenerte unos segundos para meditar en que la Navidad, el momento, no cambia tus circunstancias. No serás más rico ni más afortunado, tus relaciones personales no mejorarán de la noche a la mañana ni conseguirás un mejor empleo. Pero Dios no está interesado en los lugares, sino en los corazones. Que como María y José, en medio de nuestra fragilidad humana, podamos mirar el rostro inocente de ese niño recién nacido y encontrar la verdadera paz.


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.