El Amor de la Verdad

En una ciudad de Palestina llamada Naplouse, unos 140 años después de Jesucristo, nació Justino. Desde su juventud se dedicó al estudio de la filosofía. Para llegar a conocer la verdad decidió no darse tregua ni descanso hasta haberla hallado, costase lo que costase.       Un día, paseando cerca de un lago, encontró a un venerable anciano. Éste, al observar a Justino, se dio cuenta de sus tormentos, lo interrogó y descubrió en él a un hombre consumido por la búsqueda de la verdad. Con bondad el anciano le explicó que la filosofía deja la mente en la incertidumbre acerca de los problemas más graves. Justino exclamó: –Entonces, ¿dónde hallar la verdad si no es en los filósofos? –Antes que los filósofos, contestó el anciano, hombres inspirados, llamados profetas, por medio del Espíritu Santo comunicaron a los hombres lo que habían oído y visto. Adoraron a ese Dios Creador y Padre de todos los seres, y a Cristo, su Hijo. Ahora, ¡pide que la luz también brille para ti!       Intrigado, Justino se puso manos a la obra. Estudió los profetas y, ante todo, las enseñanzas de Jesucristo. Pronto se le conocería como un incansable e ilustre defensor de la fe cristiana. Otrora filósofo, testificó entre los filósofos y los grandes de este mundo. Esto le costó la vida. La historia lo recuerda no como Justino el filósofo, sino como Justino el mártir.

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