El Apóstol Juan en la Isla de Patmos

Juan en su Ministerio a tiempo completo

¿Cuántas noches frías, húmedas, escalofriantes pasó Juan en Patmos? ¿Con cuánta frecuencia se mojó hasta los huesos por las viciosas tormentas del Mediterráneo? ¿Tuvo dónde refugiarse o una muda de ropa? ¿Con cuántos resfriados o enfermedades tuvo que batallar? ¿Y qué tipo de dieta tuvo? ¿A lo mejor unos paquetes de arroz? ¿Los tuvo que racionar, sabiendo que le tenía que durar hasta el próximo viaje del bote prisión? ¿Tuvo que atrapar serpientes o lagartos para suplir sus escasos alimentos?

De acuerdo al criterio de cualquiera, Juan era un fracaso. Muchos cristianos de hoy le hubiesen mirado y hubiesen dicho: «Qué desperdicio. ¿Por qué Dios permitiría que uno de los hombres más ungidos de todos los tiempos estuviera aislado de esta manera? ¿Por qué Dios permitiría que un devoto discípulo estuviera expuesto a los elementos del clima y casi muera de hambre? No entiendo por qué Juan no le pidió a Dios que le liberara. Después de todo, él escribió que Jesús dijo: ‘Todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará… pedid, y recibiréis’. (Juan 16:23-24) ¿Dónde estaba la fe de Juan?

Ahora imagínate la reacción de los líderes de hoy. Tristemente, hubiesen medido a Juan por los criterios actuales de éxito: no tenía congregación, no tenía edificio para la iglesia, no tenía dinero para rentar o comprar una estructura. No tenía vehículo para viajar, casa, ni un traje decente para predicar. No tenía agenda para el ministerio, no tenía programas para alcanzar la comunidad, no tenía plan para ganar las naciones. Los líderes lo hubiesen descartado, diciendo: «Este hombre no tiene nada. Está acabado. En primer lugar, ¿por qué fue llamado al ministerio?»

Cuán equivocados hubiesen estado. En ese primer sábado en Patmos, Juan comenzó una iglesia. Le llamó LA IGLESIA DE «YO, JUAN». Él escribió: «Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo… Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor.» (Apocalipsis 1:9-10). En otras palabras, Juan estaba diciendo: «Sí, fui aislado de la civilización. Pero tengo una iglesia. Y ministro al Señor aquí. No tengo hermano o hermana que se una a mí. Pero estoy en el Espíritu.» Te aseguro que la alabanza que Juan ofreció desde esa remota isla fue tan gloriosa para Dios como mil voces adorándole en mil diferentes idiomas.


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