• La paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro. – Romanos 6:23.
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En una pequeña isla perdida del Océano Índico, que tiene un clima de una suavidad excepcional, con un mar rebosante de peces, sin fábricas, y por lo tanto sin contaminación, un turista dijo a una indígena: «¡Su país es el paraíso!». A lo cual ella respondió: «¡Se equivoca, para nosotros es más bien el infierno!». Es comprensible, porque debido a la afluencia de turistas, los habitantes autóctonos perdieron toda la tranquilidad que tenían.
El paraíso en la tierra ya no existe, pues el hombre está por todos lados, con sus malos pensamientos y su egoísmo. Cuando Adán y Eva desobedecieron, Dios tuvo que echarlos del maravilloso huerto (Génesis 3:18-23). Desde entonces fueron sometidos al trabajo duro, a la enfermedad y a la muerte. Pero, sobre todo, después de ser expulsado de la presencia de Dios, el hombre perdió su relación con Dios, es decir, quedó muerto espiritualmente.
Sin embargo Dios, que es justo y santo, también es amor. Él condena el pecado pero ama al pecador, por ello le dio más de lo que el hombre había perdido. El huerto de Edén fue cerrado, pero el cielo está abierto. Adán fue expulsado del huerto, pero Jesús, el Salvador, trae luz y vida a los que “habitan en tinieblas y en sombra de muerte” (Lucas 1:79).
Jesucristo, el único hombre obediente, perfecto y puro, vino para sufrir la condenación que la humanidad merecía. El Justo murió por los injustos para llevarnos a Dios (1 Pedro 3:18). ¿Escogeríamos quedarnos atrás?
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