*** El poder de la Amistad ***

El poder de la amistad

Un viernes por la tarde, me dirigía a casa tras salir de clase.
Un chico nuevo, alumno de primer curso de secundaria,
iba media cuadra delante de mí.
Se llamaba Kyle.
Llevaba una pila de libros y tenía pinta de ser el típico
alumno estudioso, capaz de pasarse el fin de semana estudiando.
Yo ya tenía planeado lo que iba a hacer: iría a fiestas
y jugaría un partido con mis amigos.
Momentos después, otros chicos corrieron hacia Kyle,
le arrebataron los libros y le pusieron la zancadilla.
Kyle cayó al suelo, sus gafas salieron volando y cayeron
en la hierba a corta distancia.
Mientras se levantaba, miró hacia mí. Aun a media cuadra
de distancia, vi que estaba enojado, frustrado y humillado.
Me compadecí de él y corrí hacia donde estaba.
Cuando llegué, andaba a gatas buscando sus anteojos.
Intentó disimular las lágrimas que le nublaban los ojos,
e hice como si no las hubiera notado.
Le entregué los anteojos, y le dije:
«¡Qué estúpidos! ¡No tienen nada mejor que hacer!»
Kyle me miró y respondió: «¡Gracias!» En los labios se le dibujó
una amplia sonrisa que evidenciaba gratitud.
Le ayudé a recoger los libros y le pregunté dónde vivía.
Era cerca de mi casa.
Le pregunté cómo era que no lo había visto antes,
y me explicó que hasta entonces siempre había asistido a un
colegio privado.
Antes, yo nunca habría trabado amistad con un chico que
asistiera a un colegio privado.
Conversamos todo el camino a casa y le llevé algunos de sus libros.
Resultó ser de lo más buena onda.
Le pregunté si quería jugar un rato al fútbol con mis amigos.
Aceptó. Aquel fin de semana lo pasamos juntos.

Mientras más conocía a Kyle, mejor me caía.
Mis amigos compartían mi opinión.
El lunes por la mañana vi de nuevo a Kyle, iba camino al colegio
con su inmensa pila de libros.
Lo detuve y le dije bromeando:
«¡Te van a salir unos buenos músculos
de cargar tantos libros cada día!»
Riéndose, me pasó la mitad de los textos.
En el transcurso de los siguientes cuatro años,
Kyle y yo nos hicimos muy buenos amigos.
Cuando estábamos en el último año de secundaria y empezamos a pensar
en estudiar una carrera, optamos por distintas universidades.
Sin embargo, sabíamos que siempre seríamos amigos.
La gran distancia que mediaba entre nosotros jamás supuso un problema.
Kyle estudiaría medicina y yo administración de empresas,
gracias a una beca.
Kyle fue el estudiante con el mejor desempeño académico en su clase,
y el que pronunció el discurso de clausura de curso.
Yo lo llamaba ratón de biblioteca. Me alegré de no tener que
ser yo el que tendría que ponerse en pie ante todos para hablar.
El día de fin de curso vi a Kyle. Estaba espléndido.
Puede decirse que es uno de esos chicos que se encuentran a sí mismos
durante los años de la enseñanza media.
Ya no estaba tan flaco, y la verdad es que le quedaban bien los anteojos.
Tenía más amigos que yo y las chicas lo adoraban.
A veces me ponía celoso.
Aquel día sin ir más lejos lo estaba.
Me di cuenta de que Kyle estaba nervioso antes de pronunciar el discurso.
Le di una palmada en la espalda, y le dije:
«¡Ánimo! ¡Te saldrá muy bien!»
Me miró con una sonrisa llena de gratitud, y respondió:
«Gracias».
Llegó el momento, subió al estrado y se aclaró la garganta.
«La clausura de curso -dijo- es una oportunidad de dar gracias
a los que nos ayudaron a salir adelante en los años difíciles:
de dar gracias a los padres, a los profesores, a los hermanos,
tal vez a un entrenador… pero más que nada a los amigos.
No les quepa duda de que la verdadera amistad es el mejor regalo
que se pueda recibir.
Voy a relatar algo que me sucedió en una ocasión…»
No podía dar crédito a lo que oía.
Kyle se puso a contar lo que ocurrió el día en que nos conocimos.
Confesó que ese fin de semana tenía pensado suicidarse.
Kyle me miró a los ojos, y me sonrió. Luego, prosiguió:
«Gracias a Dios, me salvé.
Mi amigo impidió que cometiera una barbaridad.»
Los presentes se sobrecogieron cuando aquel joven apuesto y querido
les habló de su momento de mayor debilidad.
Sus padres me miraron con la misma sonrisa de gratitud.
Hasta ese momento no me había dado cuenta de la gran trascendencia
de lo que hice.
Jamás debemos subestimar el poder de nuestras acciones.
Un pequeño gesto puede transformar para bien o para mal
la vida de otro.

Anónimo

El psicólogo John Cacioppo, de la universidad de Chicago,
afirma que la soledad tiende a subir la presión arterial
y afecta el sueño.
Esos dos factores incrementan el riesgo de cardiopatías.
Hace mucho que se sabe que las personas que viven solas tienden
a tener mala salud y morir prematuramente, pero se ignoraba el motivo.
Cacioppo asevera: «La falta de relaciones sociales estables afecta
como pocas otras cosas la mente y los procesos biológicos».

Cerca de ti hay una persona que se siente sola.
Si le tiendes la mano, es posible que de ese gesto dependa su vida.
Quizás, con solo brindarle conversación y una sonrisa,
algo que le alegre el día, le darás una razón para vivir.
No te contengas si te parece que a la gente no le agradará o
le parecerá que no le hace falta.
La verdad es que sí lo necesita.
En muchos casos quedará eternamente agradecida.

Lo que puede hacer UNA sola persona

En cualquier momento puedes salir y hacer un esfuerzo para
acercarte a un alma que esté sola y necesitada de afecto,
que busque la verdad, que ansíe sentir que alguien se interesa por ella,
que busque algo sin saber a ciencia cierta qué.
Alguien que busque afanosamente la felicidad y llenar su alma
vacía del amor y atención de otros.
Puedes empezar de forma individual, solo o con tu familia,
sembrando cada día semillas de la verdad en este y en aquel corazón
día tras día, por medio de pequeños actos de amor al prójimo,
y hablándole del mayor de los amores, el de Dios personificado en Jesús.
Con paciencia, dedicación y constancia se puede implantar en un
corazón vacío la verdad contenida en la Palabra de Dios y cubrirla
con la calidez de Su amor.
Luego no resta más que confiar en que el Espíritu Santo –
el inefable sol del amor divino-
y el agua de la Palabra de Dios obren el milagro
de crear una vida nueva.
Puede que al principio no parezca más que una diminuta yema,
una ramita insignificante o un simple retoño.
¿Qué diferencia hace eso en una vasta extensión de tierra?
¿Qué es eso comparado con el inmenso bosque que hace falta?
Pues por algo se empieza. Es el milagro de la gestación de una vida
nueva que con el tiempo crecerá y prosperará hasta convertirse en
un árbol majestuoso, grande y robusto.
Un renacimiento total.
Quizás hasta dé origen a un mundo enteramente nuevo.

David Brandt Berg(tomado de Atrévete a ser diferente)

El amor sea sin fingimiento: aborreciendo lo malo,
llegándoos á lo bueno;
Amándoos los unos á los otros con caridad fraternal;
previniéndoos con honra los unos á los otros;
En el cuidado no perezosos; ardientes en espíritu;
sirviendo al Señor;
Gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación;
constantes en la oración;
Comunicando á las necesidades de los santos;
siguiendo la hospitalidad.
Bendecid á los que os persiguen: bendecid y no maldigáis.
Gozaos con los que se gozan: llorad con los que lloran.
Unánimes entre vosotros: no altivos, mas acomodándoos

á los humildes.
No seáis sabios en vuestra opinión.
No paguéis á nadie mal por mal;

procurad lo bueno delante
de todos los hombres.
Si se puede hacer, cuanto está en vosotros,
tened paz con todos los hombres.
No os venguéis vosotros mismos, amados míos;
antes dad lugar á la ira; porque escrito está:
Mía es la venganza: yo pagaré, dice el Señor.
Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer;
si tuviere sed, dale de beber: que haciendo esto,
ascuas de fuego amontonas sobre su cabeza.
No seas vencido de lo malo; mas vence con el bien el mal.
Romanos 12:9, 21


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