El segundo paso (parte 1)

¿Y ahora qué sigue? Me he preguntado esto en diversas ocasiones, cuando termino de llenar un formulario con mis datos para algún trámite oficial y miro alrededor. ¿Ahora qué? ¿Dónde lo llevo? ¿Qué hago?

Sucede lo mismo con el camino. He elegido a Jesús. ¿Ahora qué?

El momento de elección es mágico, tanto así que los que transitan por él siempre regresan a ese punto cuando se extravían, y lo relatan con una sonrisa en los labios y lágrimas en los ojos. Porque se trata de un momento trascendental, un cambio de dirección. Una nueva aventura.

Pero ¿y después? El apóstol Pablo lo explica en el libro de Colosenses: “de la manera que recibieron a Cristo Jesús como Señor, ahora deben seguir sus pasos”.

En un campo verde o en un terreno pedregoso no se vislumbran senderos claros. Solo se ve el pasto, y en algunas partes éste luce más seco debido a las pisadas. La vida cristiana, en mi opinión, no se traduce como una carretera moderna, con señalamientos claros, asfalto y ayuda en el camino. Simula más bien un viaje en el pasado, donde las estrellas dirigían con exactitud y uno hallaba posadas en el camino para refrescarse y proseguir, donde uno andaba por los rumbos que revelaban mayor uso o que prometían protección de los elementos.


Dios ha dejado en claro la instrucción. Si ya se ha elegido el buen camino, ahora se debe andar en él. Debo seguir los pasos de Jesús. Uno a la vez.

La vida sería mucho menos complicada si dejáramos de usar metáforas, o si las metáforas fueran tan reales como la vida misma. Hablo de sendas, de pisadas, pero la rutina va más allá de todo esto. Consta de despertarme, tomar una ducha, salir al trabajo, lidiar con las pequeñas tribulaciones diarias, planear menús, llamar por teléfono, escribir correos, contar el dinero para hacerlo rendir.

¿Cuáles son los pasos que debo seguir de Jesús? (continuará)


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