El segundo paso (parte 2)

¿Cuáles son los pasos que debo seguir de Jesús?

Una interpretación errónea sería vestir como en el primer siglo en la Palestina y hacer exactamente lo que hizo Cristo. Terminaré frustrada. ¿Multiplicar panes? ¿Conseguir doce discípulos? ¿Hablar a multitudes? ¿Andar sobre el mar?

Cuando interpretamos la Biblia, lo más lógico siempre resulta lo más acertado. Seguir los pasos de Jesús implica vivir como él vivió. ¿A qué me refiero? A cambiar mi mentalidad y ver las cosas como él las vio. A ciertas acciones concretas que hoy puedo imitar, como el perdón, el amor, la constancia.

Un paso a la vez.

Fallo la mitad de las veces. 

Soy una mujer de orden. Decenas de papelitos decoran mi escritorio y mi refrigerador. En ellos anoto mis pendientes, mis listas, mis objetivos. Cuando en un día puedo palomear cada artículo en la lista, me felicito, me siento bien conmigo misma.

A veces hago trampa. Borro una anotación de uno de los papelitos y lo copio en otro. Lo pospongo, pero me repito que se llevará a cabo en su momento. Sin embargo, cuando la lista queda con pendientes, cuando por la noche me doy cuenta que mis proyectos no se cumplieron, me entristezco, me flagelo, me auto castigo.

Comencé la vida cristiana de la misma manera. Papelitos con pendientes: orar por la mañana, hacer el devocional matutino, realizar una buena obra, compartir con alguien de Jesús, orar por la noche, leer la Biblia por la noche.
Si mal no recuerdo, no hubo un solo día en que lograra cumplir todos mis buenos propósitos. De hecho, generalmente fallaba en tres o más. Me taché de mala cristiana, de alguien que no merecía gracia ni vida eterna. Jamás sería una cristiana de la talla de Jim Elliot o George Müller. No lograría las hazañas de Amy Carmichael o Gladys Aylward, mis heroínas.

Si bien en mi juventud por lo menos abarcaba dos o tres actividades de mi impuesta lista, a la hora de tener una familia el sueño se vino abajo. Imposible mantener un horario. Por la noche a veces no era dueña de mi tiempo.

Pero en el camino andamos un paso a la vez. Y Jesús no está a nuestro lado con una libreta en mano para marcar cada vez que erramos uno de sus pasos. De hecho, me parece que tiene tanto amor y misericordia, que nos anima a acertar, pero nos da un campo con un abundante margen de error.
Me explico mejor. Al hacer mis listas, es como si delante de mí viera una pisada del tamaño del pie de mi padre. Debo complacerlo al acertar, pero aún más, debo “caber” dentro de ese espacio.


Limito a Dios al compararlo con el pie de mi padre o de mi esposo o de cualquier ser viviente. Dios es Dios. ¿No será que su pisada es diez, veinte, cien veces más grande, y que por eso, al avanzar por fe, al levantar mi pie para dar un paso, forzosamente caeré dentro de la pisada? Quizá no a la mitad, como me gustaría, pero sí en la periferia. ¿Y no será suficiente?

Mis listas no sirvan salvo para frustrarme y derrotarme. Pero en Jesús hallo gracia. La gracia suficiente para dar el siguiente paso de fe. (continuará)


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