El Yugo desigual filantrópico

“No os unáis en yugo desigual con los incrédulos.”

Sólo nos resta considerar el aspecto filantrópico del yugo desigual.
Muchos dirán:

«Admito plenamente que no deberíamos unirnos para el culto o el servicio para Dios con incrédulos declarados; pero sí tenemos libertad de unirnos a ellos para promover objetos de filantropía, como, por ejemplo, para proveer a las necesidades de los pobres, distribuirles pan y ropas, recuperar personas entregadas a diversos vicios tales como alcohólicos, drogadictos, etc., establecer asilos para ciegos, manicomios, fundar hospitales y sanatorios para la atención de enfermos y heridos, lugares de refugio para los abandonados, para las viudas y los huérfanos; en una palabra, para todo aquello que pueda contribuir a mejorar el estado físico, moral e intelectual de nuestros semejantes.»

Esto, a primera vista, parece sobradamente bello; pues alguien me podría preguntar si yo no quisiera ayudar a un hombre en la ruta a sacar su vehículo atascado en el barro; a lo que contesto: por cierto que sí. Pero si se me pregunta si quisiera hacerme miembro de una sociedad mixta de creyentes e inconversos que tuviera por objeto remolcar vehículos atascados, entonces me rehusaría; no a causa de pretender una santidad superior, sino porque la Palabra de Dios dice:

“No os unáis en yugo desigual con los incrédulos.”

Tal sería mi respuesta, cualquiera fuese el objeto de tal sociedad. Al siervo de Cristo se le ordena estar “dispuesto a toda buena obra”;

hacer bien a todos”; “visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones” (Tito 3:1;Gálatas 6:10; Santiago 1:27).

Pero debe hacer todo eso como siervo de Cristo, y no como miembro de una sociedad o un comité donde se admiten indistintamente inconversos, ateos y todo tipo de personas malvadas e impías. Además, debemos recordar que toda la filantropía de Dios está relacionada con la cruz del Señor Jesucristo. Éste es el canal a través del cual Dios quiere dispensar sus bendiciones; la poderosa palanca por medio de la cual quiere elevar al hombre física, moral e intelectualmente. “Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres [griego:filantropía], nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador” (Tito 3:4-6). Ésta es la filantropía de Dios; tal es su manera de mejorar la condición del hombre. El cristiano puede colocarse cómodamente bajo el yugo con todos aquellos que comprenden el valor de este modo de actuar, pero con nadie más.

Los hombres del mundo ignoran todo esto y no les importa en lo más mínimo. Pueden procurar realizar reformas, pero son reformas sin Cristo. Pueden promover mejoras, pero se trata de mejoras sin la cruz. Quieren hacer progresos de todo tipo, pero Jesús no es su punto de partida ni el objeto de su curso.

¿Cómo, pues, un cristiano podría colocarse bajo el yugo con ellos?

Ellos quieren trabajar sin Cristo, el mismo a quien el cristiano debe todo.

¿Puede estar contento de trabajar con ellos?

¿Puede tener algún objeto en común con ellos?

Si alguien viene y me dice:

«Necesitamos su colaboración para distribuir ropas y alimentos a los pobres, para fundar hospitales y manicomios, para proveer a la manutención y la educación de los huérfanos, para mejorar el estado físico de nuestros semejantes; pero le avisamos que según un principio fundamental de la sociedad, el consejo o la comisión que se formó para tal objetivo, el nombre de Cristo no debe pronunciarse, puesto que ello daría lugar a controversias. Nuestros objetivos no son en absoluto religiosos, sino exclusivamente filantrópicos; por tanto, la religión debe ser asiduamente excluida de todas nuestras reuniones públicas. Nos reunimos como hombres para una obra de beneficencia, por lo que, incrédulos, ateos, socinianos, arrianos, católicos romanos y toda clase de gentes pueden unirse alegremente bajo el mismo yugo con el objeto de poner en marcha la gloriosa máquina de la filantropía.»

¿Cuál debería ser mi respuesta a tal demanda?

El hecho es que, uno que ama verdaderamente al Señor Jesús, y quisiera dar respuesta a un llamado tan horroroso, se quedaría sin palabras.
¿¡Qué!?…….. ¿Hacer bien a los hombres con la exclusión de Cristo?……. ¡Dios no lo permita!

Si no puedo obtener los objetos de la pura filantropía, sin dejar de lado a este Salvador bendito que vivió y murió, y que vive eternamente para mí, entonces ¡afuera con su filantropía!, pues ella no es seguramente de Dios, sino de Satanás. Si ella fuera de Dios, la Palabra es: “el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador”.

Aquel mismo a quien vuestros estatutos dejan completamente de lado. De ello se sigue que vuestros reglamentos deben de haber sido dictados por Satanás mismo, el enemigo de Cristo. Satanás ama siempre dejar de lado al Hijo de Dios; y cuando él logra que los hombres hagan lo mismo, les permite ser benevolentes, caritativos y filántropos. Pero, en honor a la verdad, tal benevolencia y tal filantropía deberían ser propiamente denominadas malevolencia y misantropía;

Pues ¿de qué manera más eficaz podría uno mostrar mala voluntad y aversión a la humanidad que dejando de lado a Aquel único que puede realmente bendecirlos para el tiempo y la eternidad?

Pero ¿en qué condición moral se halla un corazón, con respecto a Cristo, que fue capaz de tomar lugar en una junta o sobre un estrado, con la condición de que ese Nombre bendito no sea pronunciado?

¡Seguramente ese corazón debe de estar muy frío!; esto demuestra que los proyectos y las obras de los hombres inconversos son, a su juicio, lo suficientemente importantes como para arrojar a su Amo por la borda, por así decirlo, a fin de llevarlos a cabo.

Pero no confundamos las cosas. Éste es el verdadero aspecto en que debemos considerar la filantropía del mundo. Los hombres del mundo pueden “vender el perfume por trescientos denarios, y darlo a los pobres”, a la vez que declaran que es una pérdida derramar este perfume sobre la cabeza de Cristo.

¿Puede el cristiano adherir a este juicio?

¿Podrá ponerse bajo yugo con tales hombres?

¿Podrá proponerse mejorar el mundo sin Cristo?

¿Podrá unirse a aquellos que buscan adornar y embellecer una escena que está manchada con la sangre de su Maestro?
Pedro pudo decir: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda” (Hechos 3:6).

Pedro quiso sanar a un inválido por el poder del nombre de Jesús, pero ¿qué habría dicho si alguien le hubiera propuesto unirse a un comité o a una sociedad para asistir a los inválidos, con la condición de dejar totalmente de lado ese nombre? Podemos, sin grandes esfuerzos de la imaginación, concebir lo que habría contestado.

Habría repudiado con toda su alma semejante pensamiento. Él sanó al inválido solamente con el fin de exaltar el nombre de Jesús, de manifestar todo el valor, la excelencia y la gloria de ese nombre a los ojos de los hombres; pero el objeto de la filantropía del mundo es justamente lo contrario; ya que hace totalmente a un lado ese bendito Nombre, y excluye a Cristo de sus consejos, comités y programas.

¿No tenemos, pues, derecho a decir:

«¡Qué vergüenza que un cristiano se halle en un lugar del que su Maestro es excluido!»?

¡Oh, que salga de allí, y que, con la energía del amor por Jesús y con el poder de ese Nombre, haga todo el bien que pueda!;

Pero que no se coloque bajo el yugo con los incrédulos con el objeto de contrarrestar los efectos del pecado excluyendo la cruz de Cristo. El gran objeto de Dios es exaltar a su Hijo, “para que todos honren al Hijo como honran al Padre” (Juan 5:23).

Éste también debería ser el objeto del cristiano; con este fin él debiera “hacer bien a todos”; mas si se une a una sociedad o a un comité para hacer bien, él no actuará “en el nombre de Jesús”, sino en el nombre de la sociedad o del comité, sin el nombre de Jesús.

Esto debiera bastar a todo corazón sincero y fiel. Dios no tiene otro medio de bendecir a los hombres que a través de Jesucristo, ni tiene otro objeto al bendecirlos que exaltar a Cristo. Como en el tiempo de Faraón, cuando las multitudes de egipcios hambrientos acudían a él, y él les dijo: “Id a José” (Génesis 41:55), así también la Palabra de Dios nos dice a todos: “Id a Jesús.” Sí, es necesario que acudamos a Jesús para el alma y para el cuerpo, para el tiempo y la eternidad; pero los hombres del mundo no le conocen, ni tampoco le quieren; ¿qué, pues, tiene que ver el cristiano con ellos? ¿Cómo podría trabajar bajo un mismo yugo con ellos? No podría hacerlo más que negando de forma práctica el nombre de su Salvador. Hay muchos que no ven esto; pero ello no modifica en absoluto la realidad de las cosas. Debiéramos actuar con honestidad, como en la luz; y aun cuando los sentimientos y los afectos de la nueva naturaleza no fueren lo suficientemente fuertes en nosotros para hacer que rechacemos de inmediato el mero pensamiento de colocarnos en las filas de los enemigos de Cristo, la conciencia, al menos, debería inclinarse ante la imperativa autoridad de esa palabra: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos.”

¡Que el Espíritu Santo revista su Palabra del poder celestial, y agudice su filo para que penetre en la conciencia, a fin de que los santos sean librados de todo escollo que impida correr “la carrera que tenemos por delante” (Hebreos 12:1)!

El tiempo es breve. El Señor mismo aparecerá pronto. Entonces, más de un yugo desigual será roto en un santiamén: ovejas y chivos serán entonces eternamente separados.

Ojalá que seamos capaces de purificarnos de toda asociación impura, y de toda influencia profana, a fin de que, cuando Jesús venga, “no nos alejemos de él avergonzados”, sino que podamos ir a su encuentro con corazones gozosos y con conciencias que nos aprueben.

Dios los Bendiga……

C. H. Mackintosh


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