Eucatástrofe

Eucatástrofe: la más alegre de todas las tragedias. J. R. R. Tolkien inventó la palabra. En suma, se refiere a cómo los eventos concluyen una historia que resulta en el bien del protagonista. Está formada por el prefijo “eu”, bueno, y la palabra “catástrofe”, entendida en el mundo literario como la conclusión de la trama.

¿Cómo saber que es una eucatástrofe? En el Señor de los Anillos, todo termina bien. El anillo es destruido y Saurón es derrotado, aún a pesar de la debilidad de Frodo, la avaricia de Gollum y la tragedia final: Frodo no será el mismo nunca más. Sin embargo, todo sale bien.

En literatura, se puede confundir este término con “deus ex machina” o “Dios surgido de la máquina”. En este caso, la historia de repente cuenta con intervención divina que surge sin ningún antecedente en la trama. Es cuando, por ejemplo, de la nada sale una mano del cielo que libra al soldado de la batalla. ¿Cuál mano? ¿De dónde salió? En la eucatástrofe, sin embargo, aún lo sobrenatural es parte de la historia, y por lo tanto creíble.

Tolkien no se inspiró en los mitos, sino en la eucatástrofe por excelencia. El nacimiento de Cristo es la eucatástrofe de la historia. Y la resurrección, es la eucatástrofe de la encarnación. La Biblia está repleta de pequeñas historias, llenas de tragedia y con un final aparentemente no muy satisfactorio, pero que vista como un todo, nos trae esperanza y vida, un final feliz.

A veces mi vida simula más una eucatástrofe que una comedia o una tragedia griega. Lo que parece ser para mi mal, resulta para mi bien. Los problemas mejoran mi carácter; las pruebas me hacen confiar más en Dios. Y sé que el final será el mejor de todos: estar siempre con Él.

¡Cómo admiro a Tolkien! Pero aún más, amo al Escritor por excelencia: Jesús.


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