ÉXODO PARTE I/LA SALIDA DE EGIPTO/CAPÍTULO 9




Pero al ver el faraón que la lluvia había cesado, lo mismo que el granizo y los truenos, se obstinó en seguir pecando, y tanto él como sus siervos endurecieron su corazón. De tal manera se endureció el corazón del faraón que no dejó ir a los hijos de Israel, tal y como el Señor lo había dicho por medio de Moisés. (Éxodo 9:34, 35 RVC)

El libro de Hebreos habla acerca de la disciplina del Señor y afirma rotundamente que se disciplina es una muestra de su amor y que no tiene como finalidad castigarnos o vengarse de nosotros por cualquiera que sea la falta que supuestamente hayamos cometido, sino más bien formar en nosotros el carácter de su hijo Jesús y, como dice el mismo autor de ese libro, que participemos de su santidad.

Si eso es así, es decir, si ese es el propósito de la disciplina del Señor, deberíamos aceptarla y darle la bienvenida ya que tiene un propósito benéfico para nosotros y, por tanto, su ausencia significaría un desinterés de Dios hacia nosotros y nuestras vidas.

Así pues, uno se plantea que aunque la disciplina sea dolorosa al comienzo, es una bendición para nuestras vidas. Por el contrario, la ausencia de la misma supone un posible, potencial y creciente endurecimiento de nuestro corazón. Demos pues la bienvenida a esa intervención del Señor en nuestras vidas y pidamos que, a diferencia de faraón, nuestro corazón no se endurezca y se vuelva cada vez más indiferente hacia Dios. 



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