¿Qué hice? Continué equivocándome.
a. Aborrecí la tierra deseable. ¿En verdad me esperaba algo mejor pasando el Jordán? Comencé a sentirme muy cómoda en el desierto.
b. No creí a su palabra. ¿Cómo lograría Dios darme esa tierra de leche y miel? ¡La habitaban gigantes!
Así que murmuré en mis tiendas. ¡Oh sí! No fui tan valiente como para murmurar de cara frente al Todopoderoso. Me escondí en mí misma y critiqué los planes de Dios con otros rebeldes como yo.
¿Las consecuencias? Invasiones extranjeras. Enemigos de la Patria queriendo ganar terreno sobre mi corazón, porque yo lo permití. Porque yo bajé mis defensas. Porque yo abrí la puerta.
(Y aún falta…)
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