GÉNESIS PARTE IV/ EL CICLO DE JACOB/ CAPÍTULO 30

Cuando Raquel vio que no podía dar hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana.

El diccionario define la envidia como tristeza o pesar por el bien ajeno. Nos sentimos mal porque otro se siente bien. Nos sabe mal que el otro tenga aquello que yo deseo o que me gustaría conseguir. Una lectura completa del capítulo nos permite ver que la envidia deterioró las relaciones entre ambas hermanas.

No voy a afirmar que la envidia es buena, porque no lo es, sin embargo, si puedo afirmar que la envidia es parte de la realidad de una humanidad caída, rota a consecuencia del pecado. Nos resulta difícil digerir que a otros les vaya mejor que a nosotros y, todos sin excepción, la experimentamos de tanto en tanto en nuestra propia vida.

Para mí, personalmente, el problema no que la envidia asalte mi mente sino qué hago con ella, cómo la manejo, cómo la gestiono. Es una cuestión de alimentarla dándole vueltas y más vueltas al asunto o, por el contrario, hablarlo con Dios, verbalizarlo, explicarle qué sentimos y por qué lo sentimos y de este modo quitarle su poder a la envidia, disolverla en la oración con Dios. 

Es nuestra tendencia eliminarla de la mente, darle un manotazo virtual para que desaparezca, pero con ello únicamente conseguimos enterrarla en nuestro subconsciente. Hay que sacarla a la luz y desactivarla con la oración dialogada con Dios. Ese es nuestro privilegio.

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