Cuando el Señor vio que Lia no era amada, la hizo fecunda mientras Raquel seguía estéril.
Jacob, el que había engañado a su hermano robándole la bendición de su padre, fue a su vez engañado por su tío. Todo parece indicar que el engaño es un rasgo característico de esta familia.
El patriarca estaba locamente enamorado de Raquel y, era tanto el deseo que tenía de casarse con ella que la propia Biblia dice que los siete años que tuvo que trabajar para ello le parecieron unos pocos días. A cambio, sin embargo, recibió a la hermana mayor que no debía ser precisamente una belleza. Con razón o sin razón, el asunto es que Jacob mostró una preferencia clara en favor de una de sus esposas y en detrimento de la otra (recordemos que el favoritismo hacia un miembro de la familia formaba parte también de su trasfondo)
Pero esta actitud de rechazo, de no amar a su esposa, no pasó inadvertida para el Señor que no lo aprobó y bendijo a Lia con la fecundidad que no tenía Raquel, de tal modo que una era fecunda y la otra estéril. Darle hijos a su marido no cambio, sin embargo, la actitud de rechazo o menosprecio de Jacob.
El punto importante para mí es que Dios no pasa por alto el menosprecio que un ser humano tiene hacia otro. Hay muchas razones que pueden explicar nuestro menosprecio o rechazo de alguien aunque ninguna pueda justificarlo. El aspecto físico, su condición social, económica, cultural, política, religiosa, sexual, su poca preparación y un sinfín de razones que pueden llevarnos al menosprecio. Es bueno entender que Dios ni aprueba, ni valida, ni justifica nuestros prejuicios y que tampoco aprueba nuestra actitud porque el Señor no hace acepción de personas, no desprecia a nadie, no rechaza a nadie, y esto incluye a ateos, gays, lesbianas y cualquier otro grupo humano que horroriza nuestra moral evangélica.
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