Hasta luego, pequeño bebé-almendra

aborto espontaneo

Era un día sábado, cerca de las 4 de la mañana. Comenzó como un día corriente –mi hijo, haciendo relajo y despertándome, depués haciendo que se volviera a dormir- yo, decidiendo si realmente necesitaba ir al baño o no, y luego de pelear conmigo misma, finalmente salí de la cama. Algo no andaba bien, estaba sangrando.

Yo tenía siete semanas y seis días de embarazo.

A las 8 de la mañana, le conté a Roy, mi esposo, acerca del sangrado. El quería que llamara a alguien inmediatamente, pero yo pensé que era muy temprano, así que primero me puse a preparar el desayuno: panqueques con un poco de masa que había quedado, unos huevos fritos, una taza de café.

No estaba tan sorprendida ni tan incómoda por el sangrado como pensé que lo estaría. Este segundo embarazo había sido muy diferente al que tuve con mi primer hijo, Bear. Me esperaba las nauseas comunes alrededor de las 5 semanas, así como la aversión a ciertos olores. Nunca aparecieron. Al principio estaba feliz de no tener ni mareos ni aversiones, especialmente al café.

Pero entonces, cerca de las seis semanas, empecé a preocuparme un poco. Le conté a mi comadrona al respecto cuando fui a visitarla, y también por varias circunstancias (una muy grande, el cambio en mis hábitos alimenticios entre un embarazo y otro), ella no se alarmó demasiado. También escuché a algunas otras madres comentar que tuvieron embarazos completamente diferentes, y lo consideraban normal.

Traté de mantener una actitud positiva e incluso recientemente había comenzado a comentarle a la gente acerca de mi embarazo.

Todavía no habíamos elegido un hospital, ya que habíamos estado entrevistandonos con algunas comadronas, pero después del desayuno, alrededor de las 9 de la mañana, llamé a la comadrona con la que me sentía más cómoda y en confianza. Me aseguró que el sangrado puede ser normal a principios del embarazo.

Pero yo sentía que algo no estaba bien. El sangrado continuó y se hizo mayor durante el transcurso del día. A las 2:55 en la tarde, estaba cargando a mi hijo Bear cuando sentí que algo sucedió dentro de mí. Me deslicé por la pared en la que estaba apoyada hasta quedar sentada en el suelo. Cuando la contracción se detuvo, fui al baño para ver que había sucedido.

Lo que encontré fue a mi bebé. Era tan pequeño como una almendra, aún dentro del saco de líquido que estaba intacto. Aquello realmente estaba sucediendo: había perdido a mi bebé.

En los días siguientes, pasé por un sinfín de emociones. Una parte de mí estaba aceptando lo que pasó, otra parte de mí estaba profundamente afligida, y otra parte de mí estaba en la negación.

Una parte de mí reconoció que era probable que yo sufriera un aborto espontáneo en algún momento, dada mi historia familiar. Mi madre tuvo un aborto espontáneo y un embarazo ectópico (un embarazo que crece en la trompa de Falopio). Mi abuela tuvo varios abortos espontáneos. Cuando las madres en la línea familiar por parte de mi mamá, a quienes apenas conocía, hablaban de los bebés que habían perdido, me sentaba en mi computadora a llorar. De alguna forma, en mi corazón, yo sabía que eso me pasaría.

Pero el saber que era probable que sucediera, y el hecho de que realmente está sucediendo, son dos cosas diferentes.

Una parte de mí quería sostener firmemente mi vientre, y orar por un milagro. Parte de mí sólo quería que la vida volviera a la normalidad.

¿Normalidad? ¿Existe realmente tal cosa después de experimentar una pérdida de esta magnitud?

Ya había experimentado una pérdida anteriormente. Mi abuela murió unos pocos meses después de que Bear nació, hacía un año exactamente antes de mi aborto espontáneo. Mi hijo nunca llegó a conocer a su bisabuela. A través de los años, yo había llorado la pérdida de otros amigos y familiares.

Hasta había experimentado la trágica pérdida de mi profesora de canto en la secundaria. Ella me acompañó durante la separación y divorcio de mis padres. Cuando mi madre se mudó a otro estado, mi maestra hizo el papel de una madre para mí, me llevaba comida a mis clases de canto, y me ayudó cuando estaba enfrentando un desorden alimenticio. Me animó a presentar mi solicitud para la universidad, y de hecho me consiguió las solicitudes de varias. Y cuando recibí una beca completa por talento en una de esas universidades, ella lo celebró conmigo.

Unos meses antes del final de mi primer año en aquella universidad, ella había pasado por numerosas complicaciones de salud que la sumieron un una profunda depresión. Si bien recuerdo, cuando su seguro médico se agotó, el hospital psiquiátrico la consideró sana y le dieron de alta. Ese fin de semana se suicidó.

El duelo de su muerte me enseñó mucho acerca de la tragedia, dolor, sufrimiento y la pérdida. No era el mismo tipo de dolor que sentí por otros a los que he visto morir. La mayoría de ellos vivió una vida larga y plena. Los extraño y siento los vacíos que sus ausencias han dejado en mi vida, al mismo tiempo que reconozco que vivieron su vida al máximo. Con mi profesora de canto, me duele la vida que pudo haber vivido si hubiera recibido el tratamiento que necesitaba. Me duele la falta de sentido absoluto de su muerte.

Creo que es similar a lo que es dolerse por un aborto espontáneo, aunque yo no lo veo tan sin sentido. La mayoría de abortos espontáneos tempranos, ocurren debido a defectos genéticos o anormalidades fetales. Creo que eso es la providencia de Dios y su provisión. Al principio de la gestación, Él permite que el bebé muera, evitando a los padres un largo embarazo que probablemente resultaría en un bebé que no podría sobrevivir fuera del útero.

Eso no disminuye el dolor, sino que me ayuda a comprenderlo.

Algunos se preguntarán: ‘¿Por qué Dios simplemente no impidió el embarazo en primer lugar? Yo personalmente nunca hago esa pregunta – ni una vez. Después del shock de saber que ya no había más embarazo, teníamos que comunicarlo con la familia y algunos amigos cercanos. Teníamos que compartir la pérdida, también. Algunas de las pocas personas a quienes les había contado, tambían habían sufrido pérdidas similares.

Un pariente cercano incluso se mudó con nosotros por unos días después de la pérdida, para ayudar a cuidar a nuestro hijo y ayudar en la casa, mientras yo todavía estaba reponiéndome de las secuelas físicas. Y sé por las muchas otras pruebas y pérdidas que experimenté, que Dios lo permitió para que ahora yo pueda decir a alguien durante su pérdida, “Sé exactamente lo que se siente.”

Generalmente, cuando viene una prueba, mi reacción no es pacífica y definitivamente no es útil o edificante para mí. Siempre estoy preguntándole a Dios, ¿Por qué? Eso en sí mismo no es un problema; para mí, son todos los sentimientos que acompañan a la pregunta, los que se convierten en un problema. Tiendo a ser demasiado crítica conmigo misma, indagando en mi propia vida para ver si hay algún pecado oculto, o que no quiera dejar. Me deprimo con facilidad, y mis pensamientos rápidamente me llevan a preguntar si Dios es realmente bueno o si realmente se preocupa por mí, ya que permitió que esta prueba me llegara.

Sin embargo, a lo largo de las semanas siguientes al aborto espontáneo, nunca me encontré preguntando “¿Por qué?” En lugar de ello, experimenté una paz inusual, algo completamente raro en mí. No me pregunté si había hecho algo malo, o si Dios me castigaba de alguna manera, o si el aborto espontáneo era una especie de «señal». Simplemente tenía paz, y la certeza de que Dios me sostenía y especialmente a mi bebe, en la palma de Su mano.

Las palabras de Job nunca habían tenido tanto sentido para mí:

Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo me iré. El Señor dio, y el Señor quitó; sea el nombre del Señor alabado.

Dios permitió que mi esposo y yo supiéramos que estabamos esperando un bebé, en nuestro sexto aniversario de bodas, y continuó nutriendo a ese pequeño, a quien nosotros llamamos Conejito Boo, en mi vientre durante cuatro semanas más, después de esa inesperada sorpresa, y luego, me dio el regalo de poder ver a mi pequeño bebé-almendra descansar.

Aún así, en cierto modo, el dolor es similar a lo que experimenté con la muerte de mi maestra de canto. Todavía me quedo con algunas preguntas sin respuesta. ¿Le habría gustado que lo meciera y le cantara antes de ir a dormir, como a mi primer hijo? ¿Se llevaría bien con nuestro perro? ¿Se parecería más a mí o a mi esposo? ¿Tendría el cabello claro u oscuro? ¿Sería tan cariñoso como lo es Bear? ¿Le habría gustado dormir en mi regazo?

Mi gran pregunta era ¿qué pasa con los no nacidos cuando mueren?, Si el cielo y el infierno son las únicas dos opciones, ¿dónde está mi hijo? ¿Incluso los fetos tienen alma? Si Dios nos conoció incluso antes de formarnos en el vientre, y si entonces sigue involucrado en el proceso de formación y creando nuestro más íntimo ser, tengo que creer que Él no se olvidaría de un feto cuando él o ella mueren antes de tiempo. Me aferro a la esperanza de que mi hijo, a quien nunca llegué a sostener en mis brazos, ahora descansa en los brazos de Jesús, y que su nombre está escrito en la palma de la mano de Dios.

Encuentro consuelo en el hecho de que el mismo Dios sabe lo que es perder a un hijo. Tal vez un día, las lágrimas se detendrán. Sin embargo, creo que lo más probable es que ya no sean tan copiosas.

Todavía estoy de duelo, y eso está bien. A veces, se manifiesta como aburrimiento, frustración, impaciencia. Si por un momento me detengo en esos sentimientos (después de todo, ¿cómo puedo estar aburrida con un chico de 18 meses dando vueltas por la casa?), me doy cuenta de lo que realmente estoy experimentando. Simplemente estoy extrañando a mi bebé-almendra.


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