HECHOS 15. EL TESTIMONIO APOSTÓLICO EN JERUSALÉN 13

Hechos 5:17-42


17 El sumo sacerdote y sus funcionarios, que eran saduceos, se llenaron de envidia. 18 Arrestaron a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública; 19 pero un ángel del Señor llegó de noche, abrió las puertas de la cárcel y los sacó. Luego les dijo: 20 «¡Vayan al templo y denle a la gente este mensaje de vida!».

21 Así que, al amanecer, los apóstoles entraron en el templo como se les había dicho, y comenzaron a enseñar de inmediato.

Cuando llegaron el sumo sacerdote y sus funcionarios, convocaron al Concilio Supremo,[b] es decir, a toda la asamblea de los ancianos de Israel. Luego mandaron a sacar a los apóstoles de la cárcel para llevarlos a juicio; 22 pero cuando los guardias del templo llegaron a la cárcel, los hombres ya no estaban. Entonces regresaron al Concilio y dieron el siguiente informe: 23 «La cárcel estaba bien cerrada, los guardias estaban afuera en sus puestos, pero cuando abrimos las puertas, ¡no había nadie!».

24 Cuando el capitán de la guardia del templo y los sacerdotes principales oyeron esto, quedaron perplejos y se preguntaban en qué iba a terminar todo el asunto. 25 Entonces alguien llegó con noticias sorprendentes: «¡Los hombres que ustedes metieron en la cárcel están en el templo enseñando a la gente!».

26 El capitán fue con los guardias del templo y arrestó a los apóstoles, pero sin violencia, porque tenían miedo de que la gente los apedreara. 27 Después llevaron a los apóstoles ante el Concilio Supremo, donde los confrontó el sumo sacerdote.

28 —¿Acaso no les dijimos que no enseñaran nunca más en nombre de ese hombre? —les reclamó—. En lugar de eso, ustedes han llenado a toda Jerusalén con la enseñanza acerca de él, ¡y quieren hacernos responsables de su muerte!

29 Pero Pedro y los apóstoles respondieron:

—Nosotros tenemos que obedecer a Dios antes que a cualquier autoridad humana. 30 El Dios de nuestros antepasados levantó a Jesús de los muertos después de que ustedes lo mataron colgándolo en una cruz.[c] 31 Luego Dios lo puso en el lugar de honor, a su derecha, como Príncipe y Salvador. Lo hizo para que el pueblo de Israel se arrepintiera de sus pecados y fuera perdonado. 32 Nosotros somos testigos de estas cosas y también lo es el Espíritu Santo, dado por Dios a todos los que lo obedecen.

33 Al oír esto, el Concilio Supremo se enfureció y decidió matarlos; 34 pero uno de los miembros, un fariseo llamado Gamaliel, experto en la ley religiosa y respetado por toda la gente, se puso de pie y ordenó que sacaran de la sala del Concilio a los apóstoles por un momento. 35 Entonces les dijo a sus colegas: «Hombres de Israel, ¡tengan cuidado con lo que piensan hacerles a estos hombres! 36 Hace algún tiempo, hubo un tal Teudas, quien fingía ser alguien importante. Unas cuatrocientas personas se le unieron, pero a él lo mataron y todos sus seguidores se fueron cada cual por su camino. Todo el movimiento se redujo a nada. 37 Después de él, en el tiempo en que se llevó a cabo el censo, apareció un tal Judas de Galilea. Logró que gente lo siguiera, pero a él también lo mataron, y todos sus seguidores se dispersaron.

38 »Así que mi consejo es que dejen a esos hombres en paz. Pónganlos en libertad. Si ellos están planeando y actuando por sí solos, pronto su movimiento caerá; 39 pero si es de Dios, ustedes no podrán detenerlos. ¡Tal vez hasta se encuentren peleando contra Dios!».

40 Los otros miembros aceptaron su consejo. Llamaron a los apóstoles y mandaron que los azotaran. Luego les ordenaron que nunca más hablaran en el nombre de Jesús y los pusieron en libertad.

41 Los apóstoles salieron del Concilio Supremo con alegría, porque Dios los había considerado dignos de sufrir deshonra por el nombre de Jesús.[d] 42 Y cada día, en el templo y casa por casa, seguían enseñando y predicando este mensaje: «Jesús es el Mesías».

Este largo pasaje relata una nuestra más de la oposición que los seguidores de Jesús comenzaron a sufrir en la ciudad de Jerusalén. Sucesivos capítulos nos mostrarán que las cosas irán de mal en peor conforme la presión sobre ellos se incrementa.
En estos versículos se narra la preocupación de las autoridades político-religiosas, un nuevo encarcelamiento, una liberación milagrosa, un nuevo arresto y una nueva amenaza de no continuar hablando acerca de Jesús, su persona y su misión. El capítulo concluye con los discípulos siendo azotados, es decir, con la primera vez que la fuerza física es usada contra ellos.
Al leerlo me ha sorprendido el comentario editorial del autor del libro con respecto a lo que le sucedió a los discípulos, es decir, su castigo físico. Lucas afirma, llenos de alegría por haber sido considerados dignos de sufrir por Jesús.
No pienso en los discípulos como una cuadrilla de sádicos que disfrutaban con el dolor físico. Los percibo más bien como gente coherente en su estilo de vida que entendían que el vivir de forma consistente el seguimiento de Jesús podía conllevarles el tener que sufrir, en este caso, físicamente, pero bien pudiera ser de forma emocional, intelectual o espiritual.
El desafío para mí es claro ¿Estoy dispuesto a sufrir en cualquiera de las dimensiones antes mencionadas por el hecho de vivir coherentemente como seguidor de Jesús? En la sociedad en la que vivimos, en la cual la búsqueda obsesiva del placer o el evitar el dolor a cualquier precio, se ha convertido en la prioridad número uno, introducir la posibilidad del sufrimiento en nuestra experiencia vital parece una estupidez. Sin embargo, creo que el sufrir forma parte inseparable del seguimiento de Jesús, es imposible seguirle sin admitir, aceptar y esperar determinadas dosis de sufrimiento.
Un principio

El seguimiento de Jesús lleva implícito un cierto grado de sufrimiento

Una pregunta

Aceptar el sufrimiento o evitarlo ¿Qué caracteriza tu vida?


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