Sigo meditando en el libro de Betty Elliot, una de mis escritoras favoritas. Ella nos dice:
«La oración es como el incienso. Cuesta mucho. Parece no lograr mucho (como solemos medir las cosas). Se disipa pronto. Pero a Dios le agrada el olor».
Me cuesta mucho trabajo apartar tiempo para orar. A veces oro mientras estoy lavando trastes o caminando, pero mis pensamientos divagan y suben y bajan sin control.
Quizá considero la oración como el incienso. Algo que cuesta, que no hace mucho y que desaparece pronto. Pero sé que cuesta porque es trabajo. No hace mucho visible porque actúa en el terreno de lo invisible. Y no desaparece, sino que sube al trono mismo de quien me puede ayudar.
¿Puede la oración cambiar las cosas? ¡Sí! Sobre todo, me cambia a mí. Y eso es un milagro.
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