José y Nicodemo.

Para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió.Juan 5:23.

El que mira por los intereses de su señor, tendrá honra.Proverbios 27:18.

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José de Arimatea era un hombre rico (Mateo 27:57), consejero noble (Marcos 15:43, V.M.), varón bueno y justo (Lucas 23:50), discípulo de Jesús en secreto por temor a los judíos (Juan 19:38). Nicodemo era un principal entre los judíos, doctor de la ley; fue a ver a Jesús de noche (Juan 3:1-2). Jesús le declaró que sus cualidades y conocimientos no le permitían obtener la vida eterna. Era necesario que naciera de nuevo (v. 3). Más tarde no le faltó valentía ni rectitud cuando defendió a Jesús ante el tribunal judío, a pesar de la oposición de sus compañeros (Juan 7:50).

Después de la crucifixión y muerte de Jesús, todo parecía desesperadamente perdido, como lo prueba la actitud de los dos discípulos que partieron de Jerusalén para ir a Emaús (Lucas 24:13). Pero José tuvo el valor de pedir a Pilato el cuerpo de Jesús (Marcos 15:43), y Dios inclinó el corazón del gobernador para que se lo diese. ¡Qué gozo para José sacar el cuerpo de su Maestro ante el desprecio del populacho!

En este momento vino Nicodemo trayendo un ungüento para embalsamar el cuerpo de su Señor (Juan 19:39). Con José, colocaron a Jesús en la tumba, en un sepulcro nuevo, “abierto en una peña, en el cual aún no se había puesto a nadie” (Lucas 23:53). Así se cumplió la palabra profética: “Se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte” (Isaías 53:9).


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