JUAN 38. EL MINISTERIO PÚBLICO DE JESÚS 32

2 Al día siguiente, al amanecer, Jesús regresó al templo. La gente se acercó, y él se sentó para enseñarles.3 Entonces los maestros de la Ley y los fariseos llevaron al templo a una mujer. La habían sorprendido teniendo relaciones sexuales con un hombre que no era su esposo. Pusieron a la mujer en medio de toda la gente,4 y le dijeron a Jesús:
–Maestro, encontramos a esta mujer cometiendo pecado de adulterio.5 En nuestra ley, Moisés manda que a esta clase de mujeres las matemos a pedradas. ¿Tú qué opinas?

6 Ellos le hicieron esa pregunta para ponerle una trampa. Si él respondía mal, podrían acusarlo. Pero Jesús se inclinó y empezó a escribir en el suelo con su dedo.7 Sin embargo, como no dejaban de hacerle preguntas, Jesús se levantó y les dijo:

–Si alguno de ustedes nunca ha pecado, tire la primera piedra.

8 Luego, volvió a inclinarse y siguió escribiendo en el suelo.9 Al escuchar a Jesús, todos empezaron a irse, comenzando por los más viejos, hasta que Jesús se quedó solo con la mujer.10 Entonces Jesús se puso de pie y le dijo:

–Mujer, los que te trajeron se han ido. ¡Nadie te ha condenado!

11 Ella le respondió:

–Así es, Señor. Nadie me ha condenado

Jesús le dijo:

–Tampoco yo te condeno. Puedes irte, pero no vuelvas a pecar.

Al leer este episodio al comienzo del capítulo ocho del evangelio han venido tres puntos importantes a mi mente. El primero, que yo tengo la tendencia a pensar que los pecados, las faltas y las inconsistencias de los demás siempre son más graves que las mías. Tengo una gran capacidad para tolerar y justificar en mí mismo lo que no tolero o justifico de ninguna manera en otros.

El segundo, es que cómo puedo yo juzgar el pecado de los demás y condenarlos si yo mismo tengo una realidad de pecado en mi vida. Puede ser distinta, de una naturaleza o expresión diferente, pero pecado al fin y al cabo.

La tercera, es que Jesús siempre acoge y después pone orden en la vida de la gente. Nunca exige el cambio para que la gente pueda acercarse a Él, el acepta, ama y acoge y después, con gracia nos dice a cada uno de nosotros lo que debemos hacer y cómo debemos comportarnos.

Jesús actúa en este pasaje con gran gracia, compasión y misericordia, y creo que esto es, precisamente lo que espera de mí y lo que yo debería llevar a cabo sin vacilar. La imitación del Maestro es tratar al «pecador» con la misma gracia, acogida, amor y aceptación como Él lo hizo.
Un principio

Somos llamados a amar, aceptar y acoger al pecador y acercarlo a Jesús

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