La Escuela de Abraham ….. La bendición después de la prueba

“Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: heme aquí. Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tu tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré”(Génesis 22: 1, 2).

Las tardes cálidas y llenas de placidez en familia constituían algo que nunca previó Abraham. Sara, su esposa, junto a las siervas atendiendo los quehaceres domésticos. Los negocios atravesando su mejor período y, en la mayoría de los casos, con una tendencia a crecer. Y en el inmenso solar, su hijo con otros chicos de su edad.

¿Qué más le podía pedir a Dios?.

Estaba orgulloso de cuanto había acontecido en su existencia. Ocasionalmente cuando veía morir la tarde y la brisa bañaba con frescura aquél territorio, solía recordar los años de espera.

Al comienzo se desesperaba pensando que jamás se materializarían en su existencia las promesas divinas. Vino luego un período que podía llamar de resignación, y por último, –por cosas paradójicas de la vida—el reverdecer de la fe tras cada nuevo encuentro con Dios quien le reafirmaba las promesas.

¿Pruebas?…….¿Momentos difíciles?

Esos dos conceptos sonaban lejanos. Si en algún momento los experimentó, ahora no podía describir con precisión lo que desencadenaban. Eran difusos. Se desdibujaban en el tiempo y morían en sus recuerdos, como las sombras alargadas y deformes que proyecta el sol sobre casas, árboles y objetos cuando está por ocultarse en el poniente.

Sin embargo lo imprevisto tocó a sus puertas.

“Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: heme aquí. Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tu tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré”(Génesis 22: 1, 2).

Las dificultades que amenazan nuestra confianza asoman cuando menos las esperamos. En el caso de Abraham llegaron en momentos en los cuales razonaba que el curso de su vida había tomado rumbo fijo. Es más, dentro de sus perspectivas, tenía infinidad de planes con el muchacho que corría desprevenidamente junto con sus amigos. El momento no era fácil, por el contrario, era uno de los más difíciles de su larga vida.

¿Acaso está atravesando por un período similar al de Abraham?

Puede que no haya sido conminado a sacrificar a uno de sus hijos, pero sí enfrente pérdidas que considera irreparables.

En situaciones así es natural que nos preguntemos:

¿Por qué me ocurre esta situación a mí?

¿Acaso no hay quienes haciendo el mal… viven muy bien?

¿No mira Dios mi entrega y dedicación a servirle?

Pero supongamos que la situación se presenta desde el plano secular. De pronto se encuentra, a boca de jarro, con sinnúmero de problemas.

¿A quién culpar? A las circunstancias, podría ser. También a que hayamos sembrado semillas que germinaron en dificultades.

Cualquiera que sea la razón, quedan dos pasos a seguir, a la luz del razonamiento humano: La primera, no pensar que somos los únicos en el mundo en enfrentar un tropiezo o quizá, que ha llegado el fin del mundo por lo que pudiera ocurrirnos; la segunda, pensar con calma antes de tomar cualquier determinación.

Hay un tercer paso que le sugiero asumir. Es buscar a Dios. El nos ayuda a encontrar la salida al laberinto. Con su ayuda, nada podrá robarnos la capacidad de pensar con tranquilidad y abrirnos paso, con una adecuada orientación, hacia el final de la encrucijada.

En la Escuela de Dios, las pruebas implican renuncia…

Cuando volvemos las páginas de las Escrituras leemos que nada ocurre por azar cuando estamos en el centro mismo del Plan de Dios. El apóstol Pablo escribió:

“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”(Romanos 8:28).

A partir de este principio bíblico entendemos que nuestro amado Hacedor tiene un propósito con las pruebas.

Al analizar la vida de Abraham aprendemos un elemento de particular significación. A través de la traumática experiencia que representaba decidir el sacrificio de su hijo, comprendió que una prueba implica renuncia.

“… tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas… y ofrécelo allí en holocausto”.

Dar muerte al chico era tanto con borrar de un solo trazo todo lo que había sembrado, la ilusión de tener descendencia, el sueño de ver cómo se levantaba una nueva generación.

Renunciar a muchas cosas es complejo para nosotros. Quizá se nos pide volver la espalda a algo o alguien en quien hemos depositado nuestras esperanzas.

¿Recuerda al joven rico?

Su historia la leemos en el evangelio de Lucas, capítulo 18, versículos del 18 al 30.

¿Cuándo se produjo su crisis?

Cuando debió renunciar a las riquezas que, en su razonamiento humano, representaban todo para su existencia.

¿Acaso se le ha dificultado renunciar a algo?

Es probable que se trate del punto en el que debe ser tratado por Dios. Con su ayuda, podrá vencer. Sin El, es probable que siga sujeto a sus debilidades.

En la Escuela de Dios, las pruebas implican obediencia…

Una cosa es decir que amamos a Dios y estamos dispuestos a seguir sus caminos, y otra bien distinta es llevar esas palabras a la práctica. Esa dura realidad la comprobó Abraham en su existencia. Pensar en sacrificar a Isaac era bien distinto a llevar esa misión hasta sus últimas consecuencias. Hacerlo ameritaba sumisión total al Creador. En esencia, obligaba asumir una posición de obediencia.

“Y Abraham se levantó muy de mañana, y enalbardó su asno, y tomó consigo dos siervos suyos, y a Isaac su hijo; y cortó leña para el holocausto, y se levantó, y fue al lugar que Dios le dijo”(ve 3).

Sin duda fueron días de profunda agonía. Por su mente debieron pasar muchos pensamientos. Tal vez desilusión, incredulidad o la incertidumbre al razonar que probablemente había equivocado el llamamiento y era un susurro y no la voz de Dios que creía haber escuchado.

En la Escuela de Dios, las pruebas implican confianza…

Cuando aprendemos a conocer a Dios, asumimos que sus instrucciones y caminos evidencian perfección. Nada es al azar. No cabe la improvisación. Conocer al Señor es posible cuando pasamos tiempo en Su presencia mediante la oración, el estudio sistemático de las Escrituras y una búsqueda sincera de conocer Su voluntad.

Hay sin embargo un tercer principio que asimilamos conforme le conocemos. Es la confianza. Es tanto como caminar por la cuerda floja sabiendo que nada saldrá mal y no caeremos en el vacío.

En el caso de Abraham, caminar al lugar del sacrificio, demostraba confianza.

“Al tercer día alzó Abraham sus ojos, y vio el lugar de lejos”(v 4).

Los pensamientos es probable que le llevaran a razonar en la inconveniencia de obedecer. Sin embargo, una vez tomó la decisión y dominado por una profunda confianza en el Creador, no hubo nada que lo detuviera.

“Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, hijo. Y él dijo: He aquí el fuego y la leña; más ¿dónde está el carnero para el holocausto? Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío. E iban juntos”(v 8).

Confiar es viable cuando todo está a favor, pero bien difícil cuando nadamos contra la corriente.

Es natural que en circunstancias así nos agobien los temores o la incertidumbre. Pero si nuestra confianza es plena, podemos afincarnos en la certeza de que la misericordia de Dios no tiene límites. También de que no permitirá que nada malo nos ocurra:

“Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto…”.

¿Su vida ha desarrollado tal confianza en Dios?¿Está de tal manera convencido en el obrar perfecto del Señor que no teme dar pasos en dirección al camino que El le señala? Vale la pena que, en nuestro proceso de formación en el liderazgo, respondamos a estos dos interrogantes y que, si encontramos falencias, procedamos a aplicar correctivos con ayuda de Aquél que todo lo puede.

En la Escuela de Dios, las pruebas implican convicción…

Hay un cuarto elemento que cabe revitalizar cuando estamos creciendo espiritualmente en la Escuela de Dios. Se trata de la convicción en cuanto hacemos. Es la certidumbre inamovible de que el Creador llegaría que motivó a Abraham a seguir hasta las últimas consecuencias, tal como leemos en las Escrituras:

“Entonces el ángel de Jehová le dio voces desde el cielo, y dijo: Abraham, Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque yo conozco que temas a Dios, por cuanto no rehusaste tu hijo, tu único. Entonces alzó Abraham sus ojos y miró, y he aquí a sus espaldas un cordero trabado en un zarzal por sus cuernos; y fue Abraham y tomó el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo”(v 13).

Algunas veces, cuando clamamos a Dios en procura de un milagro, quizá sintamos que no escucha las oración, que nos olvidó o tal vez, que nunca responderá. Pero en la medida en que vamos creciendo en Su conocimiento, aprendemos que El siempre llega en el momento oportuno.

La desesperación nos embarga cuando olvidamos que Su reloj es distinto al nuestro. Pero una vez asimilamos este principio, la confianza trae paz a nuestro corazón.

Tras la prueba llega la bendición

Si estamos en el centro mismo de la voluntad de Dios, las pruebas nos ayudan a crecer y tras experimentarlas y salir airosos, recibimos la bendición, tal como podemos apreciarlo en el texto:

“Y llamó el ángel de Jehová a Abraham segunda vez desde el cielo, y dijo: Por mi mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos: En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz”(v 15-17).

Es probable que ahora mismo atraviese por una situación que considera sin solución. Sin embargo es tiempo de permanecer en Dios, asidos de su mano, en la certeza de que responderá con poder y no le dejará solo en medio del desierto.

Una vez termina la tormenta viene la calma. Y cuando las pruebas concluyen, es evidente que llega la bendición de Dios. En tal principio debemos esperar.

Dios les bendiga….


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.