Dios ha dejado plasmado en el Salmo uno las condiciones en las cuales una persona es verdaderamente dichosa en su vida. Contrario a lo que el mundo enseña, la felicidad no estriba en dar rienda suelta al placer terrenal sino en agradar a nuestro Creador y Señor.
Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados,
ni va por el camino de los pecadores, ni hace causa común
con los que se burlan de Dios, sino que pone su amor
en la ley del Señor y en ella medita noche y día.
Ese hombre es como un árbol plantado a la orilla de un río,
que da su fruto a su tiempo y jamás se marchitan sus hojas.
¡Todo lo que hace, le sale bien!
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La predica Héctor Salcedo
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La verdadera prosperidad
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