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Me acerqué y vi con horror que se trataba de una tuna. La removí de tu mano y corrí adentro sin saber qué hacer. ¿Cómo quitar las decenas de pequeñas espinas que se habían clavado en la palma de tu mano y que te provocaban intenso dolor? Después me enseñarían que la arena ayuda para remover espinas, pero en ese instante solo se me ocurrió sacar unas pinzas para cejas y con ellas saqué espina por espina mientras tú llorabas.
De repente, me di cuenta que yo también estaba llorando.
Entonces pensé en un breve versículo de la Biblia: “Jesús lloró”. ¿Por qué lloró? No lo sé. Pero pienso, que al igual que yo, lloró porque las espinas de la vida no son parte de lo que un padre desea para su hijo. Pero allí están. Lloró porque podía palpar el dolor de sus amigas Marta y María, así como yo me identificaba contigo en tu sufrimiento.
Quizá no recordarás esta escena cuando crezcas, pero si algo queda en tu memoria, quisiera que fuera una sola cosa: que mis brazos siempre estarán allí para ti cuando las espinas de la vida te lastimen; de la misma manera en que los brazos de mi Padre siempre están allí para cuando las “tunas” de este siglo me hieren.
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